Ahora escribo desde la calma, todo se ve más bonito desde el asiento de una furgoneta sin aire acondicionado, con música turca, unos alaridos a todo volumen que no entendemos, asumimos que serán canciones de amor, dolor o alegría, porque hay sentimientos que no necesitan traducción.
Llenos de tierra, con todo lo que tenemos mojado, lleno de barro, con olores nuestros y prestados.
No diré que fue fácil, ni color rosa, ni que tuvo todo el sentido que queríamos que tuviera, fue duro, durísimo. Demasiado fuerte, pero es que en palabras no se puede describir. Así que no lo haré.
Pensamos muchas veces en rendirnos, más de lo nos gustaría admitir. La cosa de estos retos es que aquí en la comodidad, no nos arrepentimos de haberla pasado mal. Decimos que si no hubiésemos ido, sí hubiese sido triste, tristísimo. Y eso es lo que pesaría más, el haber estado tan cerca de la cima y no alcanzarla. El vernos derrotados, ese sentimiento es muy pesado para cargarlo.
Desde el primer día, supimos que el cuerpo no esta hecho para estos recorridos, el negrito se nos puso blanco, la bilis la dejó dos veces en la tierra, pero como es tan fuerte, subió al campo base 1, pasito a pasito.
Con el mal de altura que tenía, nos pusimos muy nerviosos, y es que en la montaña es muy difícil tener asistencia médica, a mitad de camino con solo monte alrededor, o identificas el dolor pronto o bajas rápido a una altura que sea amable a tus pulmones. En el día a día, damos por sentado el aire que va a nuestros pulmones, el latido inerte de nuestro corazón. Aquí a cada paso sientes como la falta de aire te agita el cuerpo entero, sientes el bombeo de la sangre en tus venas, como el aire entra en tu sistema y hace que todo funcione. No es solo subir la montaña para cumplir retos, es la oportunidad que te da para estar alerta, para agradecer el estar vivo.
Ya a 3.200 metros de altura, logró recuperarse, a punta de sueño, se levantó con energía, echando broma y molestando a Liss, como de costumbre y todos respiramos aliviados al verlo alegre.
Al día siguiente, hicimos una ruta de aclimatación que consiste en caminar hasta un punto más alto y bajar al campo base, en nuestro caso 4.000 metros. Respirar un poquito ahí y hacernos las respectivas fotos. Desde ese punto logramos ver Irán y la pequeña Ararat, una hermosa montaña que decora el paisaje.
Al día siguiente nos encaminamos al campo base 2 que quedaba a 3.700 metros, ahí todo era más árido, dormimos en un ángulo poco natural y el suelo era de piedra, así que sin pedirlo, recibíamos un duro masaje en nuestra espalda. Desde ahí las vistas eran impresionantes, podíamos ver la cumbre más clara.
Ese día Mustafá y su tío nos prepararon una cena deliciosa y compartimos té. Hablamos sobre Dios, sobre cómo la guerra de Ucrania había convertido a ateos en creyentes. Nos fuimos a “intentar” dormir para empezar el último esfuerzo a las 12 de la noche.
Hicimos un intento para normalizar la mañana del ascenso. Tomando té, comiendo pan turco hecho por las manos locales. Y para terminar, le pedimos a Nusim que le pidiera a Alá bendiciones y permiso, que nos dejara subir la montaña más alta de Turquía y regresar sanos y salvos, al final, terminamos cantando a viva voz, esa alabanzas que no sabíamos qué significaban pero que en nuestro corazón sabíamos que eran importantes, nos hicimos la idea de que nos darían súper poderes cuando el miedo nos estuviese comiendo la cabeza. Por unos minutos fuimos musulmanes y Kurdos.
A veces, cuando andamos adoloridos, nos preguntamos: ¿por qué? ¿Por qué tentamos la suerte? ¿Por qué ponemos nuestro cuerpo a estos límites? Y yo diría que es porque cuando estemos más allá que aquí, diremos como el poema: “vida, nada me debes, vida estamos en paz” Diremos que cuando pudimos salir de nuestra zona de confort, lo hicimos y es que al final, no recordaremos los días buenos de trabajo, recordaremos esto: la madrugada negra en donde la luna y las estrellas brillaban más fuerte que nuestras linternas. Cuando entendimos que la noche siempre es más negra, antes del amanecer, cuando no importa mucho llegar rápido, sino controlar el ritmo, pasito a pasito. Entender el concepto de respirar hondo y sentir físicamente como el aire pasa a los pulmones, realmente sentirlo, llenándonos de vitalidad para dar el siguiente paso.
A eso de las 5 de la mañana no llevábamos ni la mitad del recorrido. Los dedos estaban entumecidos, tan fríos que dolía. La montaña a cada rato nos mostraba falsas cumbres, nos apurruñamos y en ese momento dijimos que nos devolvíamos, bajábamos y no cumplíamos el objetivo, que capaz esto no era para nosotros. Nos imaginábamos en nuestro caribe natal, en una playa, con los pies en la arena.
Nos decepcionamos de nosotros mismos, teníamos 5 horas de recorrido, repetíamos 5 horas. Y todavía faltaba el inclemente regreso.
Yo de verdad no sé de donde sacamos fuerzas, capaz sí existe Alá, capaz Nusim que estuvo rezando en todo momento, si le prometió al Dios al que le reza algo monumental como un cordero con tal de que llegáramos. La cosa es que no nos dejaron rendirnos, nos decían: Don’t give up, please. Nunca antes una frase me pareció tan literal.
Atravesar un trozo enorme de hielo, hielo! Tan duro que ni las cuchillas de los crampones se clavaban del todo. Con una brisa de 50-60 km por hora, en la intemperie nada más que cielo y hielo. Luchando contra ese viento, escuchando hablar al viento, literalmente. Era tan fuerte la brisa que solo se escuchaba el rechinar agudo del aire, que nos decía en voz alta que nos fuéramos de su territorio, que pocos humanos, solo los muy privilegiados, podíamos pisar sus hermosos hielos.
Al final, y como todo, pasito a pasito, llegamos a lo más alto. Liss nos dio la mano y ese último paso fue el más especial, el último paso que termina en un abrazo y que al oído te dice: LO LOGRAMOS. Yo ya no podía más y más por miedo al precipicio que por cansancio, me arrodillé en forma de plegaria, ante lo que solo pudo haber creado Dios.
Más atrás, Brian completó el abrazo y entre lágrimas que no quiere admitir, nos dimos otro abrazo. Repitiendo: esto es muy duro.
Poco después llegó Rosa y Jorge, y ya por fin respiramos con tranquilidad. Estábamos los 5 juntos, a salvo.
Mirándolo desde afuera, no habría cambiado nada. No es que tenga ganas de hacer otra montaña tan complicada como esta, pero si me preguntan: ¿qué volvería a hacer? Volvería a plantearme cualquier reto complicado si me permite compartir solo unas horitas con las 4 personas con las que me rodeo, si me preguntan qué me llevo, me los llevo a ellos. El saber que llegamos todos a la meta o no llegamos. Así de simple.
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