Empieza el viaje, una chiquitica en medio de altos alemanes, una ventaja cuando viajas en un avión tan pequeño y abarrotado de gente, al mejor estilo del autobús pero en el aire.
Al sentarte las rodillas casi te quedan en el pecho, las innumerables escalas y la terrible atención, ese es el precio de viajar con mochila y cazando pasajes económicos. Las dos horas de viaje las pierdo en imaginar cómo puedo crear un túnel por el Atlántico en el que se viaje tipo tren para obviar el avión que tan poquito me gusta.
El viaje realmente inicia cuando llego a Alemania, un aeropuerto que en mi opinión parece una ciudad futurista, enorme sin ser abrumador, es como un centro comercial grandísimo. La gente se mueve como en una capital, rápido y sin prestar mucha atención a lo que ocurre a su alrededor, y sin embargo para mí resulta sorprendente lo que para ellos es pura rutina.
Llego a la puerta de embarque, todos estamos tranquilos, mentalizándonos para las 11 horas de vuelo. Pero los susurros me distraen, cuando me doy cuenta, en la esquina del bar y escondiéndose de los fanáticos, está Ronaldinho. Siento emoción, no puedo creer que esté viendo a este jugador. Le tomo una foto desde la distancia, pero luego no puedo evitar pensar que si no me acerco, voy a arrepentirme, así que voy y me tomo una foto de esas que hacen los fanáticos más enfermos.
Lo más chistoso es explicarle a un grupo de asiáticos quién era entre un inglés a medias palabras, mezclado con español y lenguaje de señas. Al final de la conversación, agachan la cabeza para decirme gracias y nos reímos juntos por este futbolista que nos hizo conversar. Luego, antes de entrar al avión y de reojo, vuelvo la mirada y veo a mis cómplices asiáticos, haciendo la misma tontería que hice yo hace unos minutos: Una foto por favor, muy rápido.
Me instalo en mi puesto, una ventana, y al lado mi compañera de viaje se voltea y con amabilidad me dice: bonne viaje, en un portugués que parece poesía.
Y yo, en mi español le digo: buen viaje para ti también. Pero no puedo volver a mi pantalla sin preguntarle qué me recomienda que vea en Río de Janeiro. Empieza a contarme todas las cosas bellas que tiene Brasil, me hace una lista detallada, hablamos de política, de seguridad, de Europa, ella de sus nietos, yo de mis sobrinos, de Miami. Pasan los minutos y no nos percatamos que un hilo invisible nos une a través del mismo nombre y de nuestro origen sudamericano.
Nos vence el sueño, nos despedimos por unas horas y luego siento la cabeza cansada, acabo de hablar con María, ella en portugués y yo en español, en perfecta sincronía, un juego de palabras que me hace entender que viajar no es sólo ir de un lugar a otro, sino tener el valor de establecer una conexión con alguien ajeno a ti y a tu entorno.
Hermana, la hija de una amiga esta en Francia de vacaciones y tiene 8 años y le dice a su mami: no hace falta hablar el mismo idioma para divertirnos y jugar 😍....es asi amiga recuerdo como nos entendiamos con asiaticos, brasileños, arabes, etc en un medio inglés y la pasabamos increibles, nuestra comunicacion corporal y conexion de emociones, lo hace real.
ResponderEliminarLas palabras sobran cuando uno de corazón quiere comunicarse. :-)
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