El viaje al morro de São Paulo, empieza con una tortuosa espera en una pequeña oficina del centro de Salvador, un lugar muy concurrido por turistas como nosotros a los cuales los manejan de aquí para allá, sin compasión. Concluimos que la compañía con la que viajamos, Cassi Turismo, es un monopolio en la ciudad y que nada pasa sin su aprobación.
Tercera playa en el Morro de São Paulo |
Empieza el traslado en un barco grande y blanco, el movimiento de la marea hace que varias personas se mareen, cuestión que los llevan a vomitar en bolsas plásticas, mientras un miembro de la tripulación las pasa recogiendo con toda naturalidad.
Luego nos montamos en un autobús que dura una hora y media, cruza toda la isla de Itaparica, vamos conversando y el tiempo se nos pasa rápido.
Vista desde la lancha a pocos minutos de llegar al Morro São Paulo |
Luego son 12 minutos en lancha rápida, en total, tres medios de transporte diferente para llegar al Morro y ante nosotros aparece magestuosa la isla, una montaña muy verde bajo un cielo azul sin nubes. Este lugar es mágico, aquí no hay vehículos, para subir la cuesta y llegar a la plaza central, hay unos “taxis” que utilizan una carretilla para cargar personas y maletas. Llegamos a todos lados a pie.
Los "taxis" de la isla |
Cruzamos la plaza, seguimos por una pequeña calle de piedras, llegamos a una fuente y entramos en un camino de arena que nos conduce a la puerta de Villa- Bahía, una posada que tiene habitaciones entre espacios de selva, nos cuesta subir hasta el cuarto, son 87 escalones, sin embargo, las vistas son preciosas desde la pequeña terraza, a la derecha la playa en donde se pueden ver atardeceres de ensueño y a la izquierda una selva que nos regala aire fresco.
Me voy a caminar por el pueblo y me sorprende que puedo llegar a la primera playa a pie, no solo eso, puedo dejar mis cosas en la arena, sin que nadie me las robe. Me doy cuenta de inmediato de cuánto extrañaba la seguridad.
Atardecer en el Morro de São Paulo |
Son las 4:30 pm de un día nublado en Bahía, corremos a la montaña de farol, llegamos bastante antes del espectáculo. Pronosticamos un atardecer soso, sin mucho encanto, ya que desde que llegamos a Salvador, lo que ha hecho es llover. Para nuestra sorpresa y para demostrarnos el poder de la naturaleza, detrás de una nube sale un sol naranja, que pinta todo el paisaje, hace que el mar se vea verde claro, el cielo tiene un tono azul suave y las nubes ya no son blancas. La gente a nuestro alrededor se asombra, comienzan a tomar fotos, no podemos cree este escenario maravilloso. El sol se esconde detrás de las montañas y un aplauso frenético nos despierta de nuestro letardo, nos unimos a esta celebración, aplaudiendo al sol con emoción. Nos quedamos viendo el inicio de la noche y la aparición de la primera estrella, mientras de fondo suena la letra de women no cry de Bob Marley.
Segunda playa |
Por la noche paseamos por el centro, caminamos hasta la tercera playa, donde no hay luz y nos quedamos perplejos con la cantidad de estrellas que podemos ver debido a que estamos tan lejos de la ciudad.
Entramos a un bar con música, el cantante del momento es un brasileño alegre y carismático que nos contagia su buena vibra, frente a nosotros una pareja de argentinos, cosa que ya nos parece sumamente común, Brasil está lleno de Chilenos y Argentinos.
Cuando el alegre brasileño se toma un descanso, la guitarra queda libre, mi amigo la toma y empieza a cantar, creando un ambiente libre para la expresión artística. Luego viene la pareja de argentinos y otros comensales del lugar. Puros artistas disfrazados de gente común, todos escondidos en este pequeño pasillo en donde montaron un bar.
Al día siguiente caminamos por las playas, nos bañamos en cada una de ellas, el agua de la primera es calmada, cerca solo hay apartamento residenciales, la segunda tiene unas rocas preciosas en las que me monto y salto como una niña pequeña, para la tercera cruzamos por unos manglares, intentamos caminar por la arena pero la marea está alta. La cuarta parece un paraíso, una piscina enorme de agua salada.
Tomamos la marcha de vuelta, de camino nos topamos con un espacio de arena solitario que me cautiva, tiramos la manta ahí y me quedo dormida, el tiempo suficiente para que el sol haga lo suyo y luego termine roja como un camarón.
Al final, de este día estamos cansados, sacamos fuerzas para salir a algún bar, pero nos vence el sueño.
Al día siguiente nos levanta un loro, que Werner, el propietario de la posada, se encarga de espantar para dejarnos dormir un poco más. Pero imposible, ya el sol matutino entra por la ventana y toca levantarse. Werner nos recibe con un desayuno sabroso: fruta fresca, jugos naturales, café caliente, pan y huevo. Luego de terminar sus labores de anfitrión se sienta con nosotros a conversar, es un hombre espléndido que no deja de sorprenderme, natural de Alemania que llegó al Morro de vacaciones y decidió quedarse para siempre. Dice que cada vez que vuelve a Europa, en lo único que piensa es en regresar, para él el Morro lo tiene todo.
Hablamos de la naturaleza y me dice que le encanta la montaña, que cada año viaja al parque Chapada para caminar entre la selva. También confiesa que le tiene miedo al mar y sin embargo, se pasa los días en una isla que está rodeada de él. ¡Vaya manera de superar sus miedos!
El último día en la isla lo pasamos en Gamboa, yo pensando que el Morro no tiene nada más que me pueda enamorar, pero que equivocada estaba.
Habitantes de Gamboa jugando fútbol |
Entre la arena caliente y el sol inclemente, se debate un partido de fútbol, ahora entiendo cómo es que los brasileños son tan buenos en este deporte, se la pasan todo el día con un balón.
Toda interacción con los locales es preciosa, un grupo de mujeres hace gestos alegres cuando se dan cuenta que les estamos tomando fotos.
Es hora de regresar a Salvador y me doy cuenta, al ver el Morro alejarse desde la distancia, de que no había mejor manera de despedirme de Brasil, una tierra impregnada de paraísos naturales, eclipsada por las eternas diferencias sociales. No hay nada más que hacer, sino guardar silencio y dejarse cautivar por el espectáculo que lentamente se va desvaneciendo.
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ResponderEliminarLo cuentas todo tan detallado, que haces que por un momento estemos allí, sin tener que viajar, gracias a ti conocemos estos espectaculares paisajes.
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