Traveller History

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domingo, 16 de septiembre de 2018

Granada y el sin apuro

Tomamos rumbo a Granada, 5 horas a La Herradura. Me encanta ir por el camino viendo el paisaje, me recuerda a cuando no había aparatos electrónicos y la única diversión era ver por la ventana, contar árboles e imaginar aventuras en el destino final.
Su me enseña a tomar los higos dulces de los árboles,
caminamos a la playa con nuestra merienda lista 
Nos hospedamos en un hostal con olor a humedad, un espacio con tres camas individuales bastante pegadas una de la otra. Mis compañeras de cuarto son una Dominicana con acento español, a la que de cariño le decimos Su y Sandra, una madrileña que lee la mano y el Tarot.







El grupo de viajeros es amplio, unas 15 personas. Llegamos al pueblo de La Herradura, el objetivo principal es realizar una inmersión de buceo, según lo planeado nos toca el domingo. 

Este horario nos deja tiempo para acercarnos a Nerja, un lugar que alberga la cavidad paleolítica más antigua del mundo. Madrugamos el sábado y esperamos puntuales en la parada de bus, incrédulas miramos el reloj, 8:55 am, y no llega el conductor, cuestión que nos hace comprender que en el sur, la regla es la impuntualidad. Por culpa de los improvistos, casi perdemos la entrada a la cueva, damos un respiro cuando nos dejan pasar a pesar de la tardanza. El recorrido nos deja saber que la naturaleza tenía planes mucho antes de que el hombre quisiera dominar su esencia y explotar sus recursos sin mesura ni respeto. 

Nos acercamos a un bar en donde el señor que nos atiende nos habla un español incomprensible, de aspecto cansado y con un tabaco en la boca nos sirve 3 cafés y pan tostado, saltándose todos reglamentos sanitarios y dejándonos saber que él manda y que gobierna en dictadora. 

Volvemos a La Herradura, dormimos la siesta en la playa antes de irnos a preparar para la noche de San Juan. Con ilusión, nos ponemos a pensar en deseos y esperanzas para el año. Empiezan a explicarme los rituales de purificación: a media noche hay que lavarse la cara en el mar, meter los pies en el agua, saltar el fuego, son tantos que ya ni recuerdo cuál era el sentido de todo. Lo que sí me queda claro es que esta fiesta es para celebrar el solsticio de verano, la noche más larga del año, y vuelvo a tener fe en la humanidad ya que esta noche alzamos las copas para brindar por un fenómeno natural con la misma ilusión con la que vamos a un concierto de nuestros artistas favoritos.

Al día siguiente recuperamos el cuerpo cansado en la playa. Nadando en un mar verde esmeralda entre dos imponentes montañas rocosas que nos protegen. 

El lunes por la mañana nos toca irnos a casa, nos espera un día largo y cansado, me voy mentalizando y espero tranquila en la parada de bus, una señora mayor se acerca y me pregunta: ¿le molesta que le converse? Respondo que no. 

Empieza a decirme que la juventud es bella, que no pare de venir y conocer. Me recita la poesía que escribe, me pide permiso para darme dos besos en las mejillas, acariciando mi cara con sus manos arrugadas, me cree bonita. Luego se despide, ya su autobús llegó para llevarla al médico, no sin antes voltear la cabeza y preguntarme: ¿te di alegría? Yo contesto con un sí enfático, ¡mucha! Me regala una sonrisa, ella siguiendo su camino y yo el mío.

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