Traveller History

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domingo, 27 de octubre de 2019

Para el mediterráneo

Pueblo Valldemossa
Me maravillan tus aguas cristalinas, tus entonos de rocas, tus playas de arena blanca, explican perfecto tu ser: áspero y rocoso, duro al caminar bajo un sol que arde y que quema con gusto todo lo que no cubra la sombra, pero suave y sutil a la hora del alba, si se cierran los ojos se puede sentir como el aire fresco acaricia la cara de nativos y turistas. 

Turistas frenéticos, escapando por unos días de sus vidas rutinarias, llegan a tus playas buscando la serenidad y calma que solo el Mediterráneo puede darles. A cualquier costo y a través de muchos excesos logran deshinibirse, borrar de sus mentes las responsabilidades y los problemas de esas vidas suyas que dejaron en sus países, ciudades que por una noche están a millones de kilómetros de distancia.

Los locales se creen inmaculados ante tus atardeceres, vivos y jóvenes. Sus pieles, ojos y cuerpos parecen sacados de revistas de moda, como si de alguna manera nacer en estas islas les hiciera más bellos que los demás, e incluso poderosos. Dioses milenarios que muchos ven con recelo, sin embargo, sospecho que cómo los turistas, ellos también quisieran escapar por un momento del paraíso.

Lujosos yates, bulevares, comida para paladares exquisitos, estas islas se alejaron de todo tipo de sufrimiento. Aquí la gente no sufre y si lo hacen, lo disimulan tremendamente bien. Si hay una realidad paralela, es esta del Mediterráneo.

¿Qué tienes Mediterráneo? 
¿Tú aire salado? 
¿Cielos azules sin reparo de nubes?

Playa Sa Calobra, Mallorca
Hasta con cielos grises te presentas espledorosa, pero escondes algo, hay algo que no puedo descifrar. Te presentas perfecta, pero hay algo. Algo que no estás dispuesta a mostrarme. 

El invierno, ¿quizás? Cuando el viento del norte sopla fuerte sobre tus costas, la gente se esconde y te encuentras desolada por muchos meses. Es eso, eres como una mujer que no se entrega del todo, porque sabe que el amor que te damos es de a poco, momentáneo, simplista para todo lo que tú nos das en verano. Para ti, somos simples ingratos que te utilizamos sin respeto, sin decoro y sin amor del bueno. 

Las luces del Diwali

Aquella noche de domingo pretendía ser como cualquiera, la antesala a un lunes lleno de responsabilidades, compromisos, cuentas. Prometía, como siempre, robarnos la diversión del último día de la semana. Dejarnos el sabor agridulce de las despedidas, con ese toque de tristeza y alegría, esa dulzura esperanzadora que nos hace imaginar el próximo viernes, esas 48 horas donde nos olvidamos de nosotros y de todo.

Todo eso esperábamos de un día tan mundano como este, pero la India con sus tradiciones no lo permitió. El día del Diwali, el día de las luces, sonrisas, alegría y agradecimiento, permitió que nuestra existencia fuese representativa, tuvimos la fortuna de impregnarnos de la más agradable compañía, de abrazos y momentos sin precedente. De agradecer cada gesto, cada atención que estos expatriados, le transmiten a todo el que llega a esta ciudad tan grande en donde en ocasiones te abruma su conglomerado de gente y a la vez, te hace sentirte íngrimamente solo.

¿Cómo va esto?


Cristina y yo, en casa de Richa y Vikas,
celebrando el día de las luces
La luna avisa cuándo toca celebrar, la naturaleza trabaja para esconderla y debido a su ausencia, nos toca a los terrenales colocar velas para guiarle el camino al Dios Ram, para traerlo a casa después de su batalla contra el mal, para que nos inunde con su bondad y nos permita experimentar paz, para brindar por él, celebrar su fortaleza y si tenemos suerte y trabajamos duro, imaginarnos un poco cercanos o parecidos a él.  


Los indios vestidos de alta gala, con las mejores joyas, moviendo las manos con soltura ante la música vibrante y alegre del Diwali, canciones que hablan de serpientes, de amor, de la vida. Soltamos todas nuestras energías en la pista, nos sentimos en una animada película de Bollywood. Comiendo manjares de dioses, todos preparados con amor y alegría para darle la entrada a un nuevo año, lleno de deseos y expectativas grandilocuentes, creyéndonos súper héroes, creyéndonos invencibles y los más afortunados de este mundo. 


La noche se va tan rápido como el resto del día, llenándonos el corazón de cariño desinteresado, se va tan rápido como las míseras horas del fin de semana, se va como las horas de estos últimos años, como un suspiro, como el aire: invisible, rozándonos la cara con desinterés ingrato. Pasa dejándonos saber que existe, pero es fugaz, sin la más mínima posibilidad de poder agarrarlo, sin poder colocarlo como un adorno, se va sin avisarnos, solo permite “quedarse” en esta página y en mi memoria. 

miércoles, 2 de octubre de 2019

Saliendo del nido

Madrid, nunca imaginé que esta ciudad me trajera tantos sentimientos y aprendizajes.

Me enfrentaba a lo mismo que muchos inmigrantes de este pequeño mundo, algunos quieren hacerse las víctimas y pensar que a los venezolanos no les toca, pero nos tocó, unos lo sienten como el desamor más grande y otros cómo algo que sucede por el curso natural que toma la vida. 



El venir a España, para mí fue el resultado de una elección rápida, era aventurarme a un proceso largo de presentación de exámenes para quedar en alguna universidad en Estados Unidos y estar al lado de mi hermana mayor o utilizar el legado que me dejó mi abuela y probar otro modo de vida, sin tantos gastos económicos ni tragedias migratorias.



Debo comentar que venirme a Madrid fue la mejor decisión que he tomado hasta ahora. Puedo decir con completa seguridad que no me arrepiento ni por un segundo de haber venido al viejo continente.

Llegar aquí significó cerrar una etapa de mi vida en el país en el que nací. Me despedí de mucha gente querida, del hogar donde me crié y le coloqué un chaleco de fuerza a mi corazón para pretender que no me importaba lo que dejaba.

Decidí hacerme fuerte y enfrentar con confianza lo que se presentara en mi camino. Hice mis maletas con los cimientos de mi formación, mis valores más arraigados y un montón de ropa que jamás utilizaré, encaminándome a lo desconocido acompañada de la persona en la que más confío, mi mamá. 

Y así fue, llegué a España culpando a la diferencia de horario y al invierno por mis temores. Y ahí, tan lejos de lo habitual, me sentí libre de ser lo que quisiera. Empecé a agradecer las pequeñas cosas, las caminatas, los cambios de temporada, tomar el bus, valerme por mi cuenta sin importar el tráfico, comer lo que me gusta. 

Empecé lentamente a conocerme, entender mis miedos, virtudes, debilidades, darme cuenta de lo realmente importante. 

Tuve el privilegio de convivir con gente amable, humilde y agradecidas, conocer sus culturas y las historias de sus países; comprender que aunque hablemos el mismo idioma, pensamos muy distinto. 

Ni hablar de lo que significó viajar por Europa, no hay palabras, fueron los mejores meses de mi vida. No sentía inseguridades. Hacia las cosas que me gustaban, SÓLO lo que me gustaba. Tuve lo voluntad y seguridad para decir que no a amistades envidiosas, a costumbres que iban en contra de mis valores, a alejarme de la gente negativa. 

Amé está experiencia. Nunca la olvidaré, y probablemente cueste mucho superarla. 
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