Traveller History

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miércoles, 2 de octubre de 2019

Saliendo del nido

Madrid, nunca imaginé que esta ciudad me trajera tantos sentimientos y aprendizajes.

Me enfrentaba a lo mismo que muchos inmigrantes de este pequeño mundo, algunos quieren hacerse las víctimas y pensar que a los venezolanos no les toca, pero nos tocó, unos lo sienten como el desamor más grande y otros cómo algo que sucede por el curso natural que toma la vida. 



El venir a España, para mí fue el resultado de una elección rápida, era aventurarme a un proceso largo de presentación de exámenes para quedar en alguna universidad en Estados Unidos y estar al lado de mi hermana mayor o utilizar el legado que me dejó mi abuela y probar otro modo de vida, sin tantos gastos económicos ni tragedias migratorias.



Debo comentar que venirme a Madrid fue la mejor decisión que he tomado hasta ahora. Puedo decir con completa seguridad que no me arrepiento ni por un segundo de haber venido al viejo continente.

Llegar aquí significó cerrar una etapa de mi vida en el país en el que nací. Me despedí de mucha gente querida, del hogar donde me crié y le coloqué un chaleco de fuerza a mi corazón para pretender que no me importaba lo que dejaba.

Decidí hacerme fuerte y enfrentar con confianza lo que se presentara en mi camino. Hice mis maletas con los cimientos de mi formación, mis valores más arraigados y un montón de ropa que jamás utilizaré, encaminándome a lo desconocido acompañada de la persona en la que más confío, mi mamá. 

Y así fue, llegué a España culpando a la diferencia de horario y al invierno por mis temores. Y ahí, tan lejos de lo habitual, me sentí libre de ser lo que quisiera. Empecé a agradecer las pequeñas cosas, las caminatas, los cambios de temporada, tomar el bus, valerme por mi cuenta sin importar el tráfico, comer lo que me gusta. 

Empecé lentamente a conocerme, entender mis miedos, virtudes, debilidades, darme cuenta de lo realmente importante. 

Tuve el privilegio de convivir con gente amable, humilde y agradecidas, conocer sus culturas y las historias de sus países; comprender que aunque hablemos el mismo idioma, pensamos muy distinto. 

Ni hablar de lo que significó viajar por Europa, no hay palabras, fueron los mejores meses de mi vida. No sentía inseguridades. Hacia las cosas que me gustaban, SÓLO lo que me gustaba. Tuve lo voluntad y seguridad para decir que no a amistades envidiosas, a costumbres que iban en contra de mis valores, a alejarme de la gente negativa. 

Amé está experiencia. Nunca la olvidaré, y probablemente cueste mucho superarla. 
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