Aquella noche de domingo pretendía ser como cualquiera, la antesala a un lunes lleno de responsabilidades, compromisos, cuentas. Prometía, como siempre, robarnos la diversión del último día de la semana. Dejarnos el sabor agridulce de las despedidas, con ese toque de tristeza y alegría, esa dulzura esperanzadora que nos hace imaginar el próximo viernes, esas 48 horas donde nos olvidamos de nosotros y de todo.
Todo eso esperábamos de un día tan mundano como este, pero la India con sus tradiciones no lo permitió. El día del Diwali, el día de las luces, sonrisas, alegría y agradecimiento, permitió que nuestra existencia fuese representativa, tuvimos la fortuna de impregnarnos de la más agradable compañía, de abrazos y momentos sin precedente. De agradecer cada gesto, cada atención que estos expatriados, le transmiten a todo el que llega a esta ciudad tan grande en donde en ocasiones te abruma su conglomerado de gente y a la vez, te hace sentirte íngrimamente solo.
¿Cómo va esto?
Cristina y yo, en casa de Richa y Vikas, celebrando el día de las luces |
La luna avisa cuándo toca celebrar, la naturaleza trabaja para esconderla y debido a su ausencia, nos toca a los terrenales colocar velas para guiarle el camino al Dios Ram, para traerlo a casa después de su batalla contra el mal, para que nos inunde con su bondad y nos permita experimentar paz, para brindar por él, celebrar su fortaleza y si tenemos suerte y trabajamos duro, imaginarnos un poco cercanos o parecidos a él.
Los indios vestidos de alta gala, con las mejores joyas, moviendo las manos con soltura ante la música vibrante y alegre del Diwali, canciones que hablan de serpientes, de amor, de la vida. Soltamos todas nuestras energías en la pista, nos sentimos en una animada película de Bollywood. Comiendo manjares de dioses, todos preparados con amor y alegría para darle la entrada a un nuevo año, lleno de deseos y expectativas grandilocuentes, creyéndonos súper héroes, creyéndonos invencibles y los más afortunados de este mundo.
La noche se va tan rápido como el resto del día, llenándonos el corazón de cariño desinteresado, se va tan rápido como las míseras horas del fin de semana, se va como las horas de estos últimos años, como un suspiro, como el aire: invisible, rozándonos la cara con desinterés ingrato. Pasa dejándonos saber que existe, pero es fugaz, sin la más mínima posibilidad de poder agarrarlo, sin poder colocarlo como un adorno, se va sin avisarnos, solo permite “quedarse” en esta página y en mi memoria.
La despedida...
Mientras le doy las gracias Vikas por permitirme compartir este día de alabanzas. Él, con su sonrisa bonachona, me comenta que las tradiciones, son como las raíces de un árbol, ellas deben ser fuertes, profundas y muy agarradas a la tierra. Es la única manera de que un árbol crezca para ser fuerte, alto y frondoso, para que a su vez, pueda dar sombra y vida.
Me alegra pensar que hoy me acuesto sabiendo más, rezándole a Ram con fervor y pensando que capaz, dentro de unos años pueda ser yo la que pase tradiciones, luz y momentos alegres a quienes se crucen en mi camino.
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