Lo que me contaron:
Cruzar tantos países para llegar a la República Popular de China, enfrentándome a frases repetidas en donde de manera inconsciente nos dicen que somos limitados, que solo podemos llegar a ciertos lugares.
Comentarios como: "eso queda más lejos que China” o “me estás hablando en chino”, ¨qué quieres ir a buscar tan lejos”.
Son referencia, están tan inmersos en nuestra mente que nos nublan, nos pintan en la cabeza lugares lejanos, incomprensibles, recónditos y herméticos.
Este viaje significa que nada es imposible. El hombre es un animal de costumbre y al igual que nos hicieron pensar que China es lejano, de igual manera podemos decidir romper esquemas, con solo 10 horas de viaje.
Shanghai: grande, moderna e imponente
Shanghai es símbolo de: modernidad, compras desenfrenadas, comida con sabores exóticos. Sinónimo de que las cosas si se organizan de manera adecuada pueden funcionar con precisión para una multitud de habitantes, sin que esto signifique caos.
China acoge a muchas personas y les exige un código de conducta en ocasiones represivo, desde el uso del internet hasta tomar un taxi requiere de plataformas y recursos especiales desconocidos para Occidente. Es un mundo paralelo, que está altamente regulado por el gobierno.
En las calles se percibe una tensión por la inmediatez, trabajadores se mueven rápido para hacer todo lo necesario y ser los primeros. La cultura de trabajo es exigente y rigurosa no hay tiempo para nada, solo para producir, vender o comprar.
Son tantos que la competencia los lleva a destacarse de alguna manera, bien sea con el idioma o conocimientos extras. Cualquier aspecto que pueda permitirles brillar un poquito entre este mar multitudinario de ojos rayados, cabellos lisos y negros como el azabache.
China es un país tan grande que el ciudadano no tiene que salir para enfrentarse a lo desconocido. Shanghai es una ciudad que atrae al turismo local y al extranjero, no deja de moverse porque no tiene permiso para segundos.
Shanghai y su increíble skyline |
Una de mis expectativas era estar rodeada de templos budistas, pero me equivoco, aquí hay templos pero para ser devoto de las compras. El capitalismo es abrumador, las mejores y prestigiosas marcas se ven en cada esquina. Los chinos van muy elegantes llevando conjuntos de ropa coloridos, relojes de marca y bolsos de diseñador. En esta religión, todo salario va a "donarse” a corporaciones, a vestir el cuerpo más que el alma.
Los de afuera lo ven así:
El olor fuerte a frituras y condimentos desconocidos, puede ser un poco fuerte para los olfatos extranjeros. La comida no es mala, el problema es que la mitad del tiempo no sé qué es. Me he adueñado de las frutas que venden en la esquina del metro y voy pelando castañas por las elegantes calles de Shanghái. Las patas de pollos y cabezas de pato aparecen enteras en un plato, lo cual para una vegetariana como yo puede ser un poco impactante.
Nos vamos a un bar y ahí conocemos a Antonela, alemana de nacimiento pero de padres croatas, trabaja en Bangladesh. También conozco a Andrés, un español de Galicia que vive y trabaja en Estados Unidos. Dueño de su tienda de calcetines, completa el grupo de los trabajadores del área textil, se nos va el tiempo conversando de China y de su mano de obra, barata y buena. Discutimos un poco sobre el daño al ambiente, los desperdicios y el trabajo de manos esclavas, la conversación no parece trascender, todos somos culpables, brindamos y cambiamos de tema, dejando en el aire un olor a decepción y egoísmo.
Suzhou:
Museo: “the humble administration” |
Al día siguiente abro los ojos a las 5 am, podré haber ganado tiempo al cruzar continentes en avión, pero el cuerpo es muy sabio y se resiste a los cambios bruscos.
Utilizamos el tiempo con sabiduría, nos vamos a la estación de tren para viajar a Suzhou un recorrido que si se hace en carro son 6 horas. A nosotras nos lleva 25 min en un tren rápido, pero muy rápido, una bala que construyeron los chinos en tiempo record.
Este lugar también lleva el nombre de water towns porque hay canales entre las calles. Las aguas son verde, la humedad hace que las paredes de las casas tengan un poco de humedad. Los tonos del día son entre grises y negros, no nos importa, seguimos caminando.
Entramos a una especie de museo que se llama “the humble administration” un lugar de salones de madera en medio de fuentes y árboles que dan una cierta fluidez a los espacios, ya lejos de la metrópolis, nos da tiempo de respirar para sentir un poco de serenidad y paz.
Caminamos por el pueblo y nos metemos en cualquier lugar con tal de curiosear, la morisqueta nos sale cara cuando llegamos a una casa de té. Las chicas que nos atienden nos muestran sus caras amables y nos dan a probar de la bebida, como está tan rico, decidimos comprar un poco. Cuando nos llega la cuenta son 100 yuanes por una bolsita muy pequeña. No entendemos muy bien qué es lo que estamos pagando, pero igual le damos el dinero, para luego darnos cuenta de que la bolsita que tenemos en la mano nos costó 14 euros, en Madrid una caja de té para un mes te sale en 0,80 centavos de euro. ¡Primer desconcierto turístico! Decidimos reírnos y seguir adelante.
Yo con un par de turistas locales con sus hermosos trajes tradicionales |
Caminamos de regreso para la estación de tren y vemos que hay una parada de autobús. Dice en la información que el bus número 7 nos lleva a nuestro destino. Hacemos señas al conductor para que se pare, esquivamos motos que se rehusa a pararse en los semáforos en rojo y llegamos a montarnos en el autobús. Entre señas le preguntamos al conductor si este nos lleva a la estación de tren, con un esquivo movimiento de cabeza nos dice que estamos bien, pero nosotras dudamos, en lo que podemos hablamos con una señora y le preguntamos si vamos por buen camino. Nos dice palabras en chino que no entendemos, me vuelvo a acercar al conductor para confirmar las instrucciones, solo para que me diga con su lenguaje no verbal, que no lo moleste más y que me siente. A todas estas, mi compañera de viaje, se ríe de mi decisión de último minuto y comunicación atropellada; reza para que estemos en la dirección correcta. Le digo que todo saldrá bien, que perderse es parte importantísima de los viajes, pero por dentro también tengo miedo.
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