Traveller History

Traveller History

lunes, 13 de junio de 2022

Ararat

Ahora escribo desde la calma, todo se ve más bonito desde el asiento de una furgoneta sin aire acondicionado, con música turca, unos alaridos a todo volumen que no entendemos, asumimos que serán canciones de amor, dolor o alegría, porque hay sentimientos que no necesitan traducción. 


Llenos de tierra, con todo lo que tenemos mojado, lleno de barro, con olores nuestros y prestados. 

No diré que fue fácil, ni color rosa, ni que tuvo todo el sentido que queríamos que tuviera, fue duro, durísimo. Demasiado fuerte, pero es que en palabras no se puede describir. Así que no lo haré. 

Pensamos muchas veces en rendirnos, más de lo nos gustaría admitir. La cosa de estos retos es que aquí en la comodidad, no nos arrepentimos de haberla pasado mal. Decimos que si no hubiésemos ido, sí hubiese sido triste, tristísimo. Y eso es lo que pesaría más, el haber estado tan cerca de la cima y no alcanzarla. El vernos derrotados, ese sentimiento es muy pesado para cargarlo. 

Desde el primer día, supimos que el cuerpo no esta hecho para estos recorridos, el negrito se nos puso blanco, la bilis la dejó dos veces en la tierra, pero como es tan fuerte, subió al campo base 1, pasito a pasito. 

Con el mal de altura que tenía, nos pusimos muy nerviosos, y es que en la montaña es muy difícil tener asistencia médica, a mitad de camino con solo monte alrededor, o identificas el dolor pronto o bajas rápido a una altura que sea amable a tus pulmones. En el día a día, damos por sentado el aire que va a nuestros pulmones, el latido inerte de nuestro corazón. Aquí a cada paso sientes como la falta de aire te agita el cuerpo entero, sientes el bombeo de la sangre en tus venas, como el aire entra en tu sistema y hace que todo funcione. No es solo subir la montaña para cumplir retos, es la oportunidad que te da para estar alerta, para agradecer el estar vivo. 

Ya a 3.200 metros de altura, logró recuperarse, a punta de sueño, se levantó con energía, echando  broma y molestando a Liss, como de costumbre y todos respiramos aliviados al verlo alegre. 

Al día siguiente, hicimos una ruta de aclimatación que consiste en caminar hasta un punto más alto y bajar al campo base, en nuestro caso 4.000 metros. Respirar un poquito ahí y hacernos las respectivas fotos. Desde ese punto logramos ver Irán y la pequeña Ararat, una hermosa montaña que decora el paisaje. 

Al día siguiente nos encaminamos al campo base 2 que quedaba a 3.700 metros, ahí todo era más árido, dormimos en un ángulo poco natural y el suelo era de piedra, así que sin pedirlo, recibíamos un duro masaje en nuestra espalda. Desde ahí las vistas eran impresionantes, podíamos ver la cumbre más clara.

Ese día Mustafá y su tío nos prepararon una cena deliciosa y compartimos té. Hablamos sobre Dios, sobre cómo la guerra de Ucrania había convertido a ateos en creyentes. Nos fuimos a “intentar” dormir para empezar el último esfuerzo a las 12 de la noche. 

Hicimos un intento para normalizar la mañana del ascenso. Tomando té, comiendo pan turco hecho por las manos locales. Y para terminar, le pedimos a Nusim que le pidiera a Alá bendiciones y permiso, que nos dejara subir la montaña más alta de Turquía y regresar sanos y salvos, al final, terminamos cantando a viva voz, esa alabanzas que no sabíamos qué significaban pero que en nuestro corazón sabíamos que eran importantes, nos hicimos la idea de que nos darían súper poderes cuando el miedo nos estuviese comiendo la cabeza. Por unos minutos fuimos musulmanes y Kurdos.

A veces, cuando andamos adoloridos, nos preguntamos: ¿por qué? ¿Por qué tentamos la suerte? ¿Por qué ponemos nuestro cuerpo a estos límites? Y yo diría que es porque cuando estemos más allá que aquí, diremos como el poema: “vida, nada me debes, vida estamos en paz” Diremos que cuando pudimos salir de nuestra zona de confort, lo hicimos y es que al final, no recordaremos los días buenos de trabajo, recordaremos esto: la madrugada negra en donde la luna y las estrellas brillaban más fuerte que nuestras linternas. Cuando entendimos que la noche siempre es más negra, antes del amanecer, cuando no importa mucho llegar rápido, sino controlar el ritmo, pasito a pasito. Entender el concepto de respirar hondo y sentir físicamente como el aire pasa a los pulmones, realmente sentirlo, llenándonos de vitalidad para dar el siguiente paso. 

A eso de las 5 de la mañana no llevábamos ni la mitad del recorrido. Los dedos estaban entumecidos, tan fríos que dolía. La montaña a cada rato nos mostraba falsas cumbres, nos apurruñamos y en ese momento dijimos que nos devolvíamos, bajábamos y no cumplíamos el objetivo, que capaz esto no era para nosotros. Nos imaginábamos en nuestro caribe natal, en una playa, con los pies en la arena. 

Nos decepcionamos de nosotros mismos, teníamos 5 horas de recorrido, repetíamos 5 horas. Y todavía faltaba el inclemente regreso.

Yo de verdad no sé de donde sacamos fuerzas, capaz sí existe Alá, capaz Nusim que estuvo rezando en todo momento, si le prometió al Dios al que le reza algo monumental como un cordero con tal de que llegáramos. La cosa es que no nos dejaron rendirnos, nos decían: Don’t give up, please. Nunca antes una frase me pareció tan literal. 

Atravesar un trozo enorme de hielo, hielo! Tan duro que ni las cuchillas de los crampones se clavaban del todo. Con una brisa de 50-60 km por hora, en la intemperie nada más que cielo y hielo. Luchando contra ese viento, escuchando hablar al viento, literalmente. Era tan fuerte la brisa que solo se escuchaba el rechinar agudo del aire, que nos decía en voz alta que nos fuéramos de su territorio, que pocos humanos, solo los muy privilegiados, podíamos pisar sus hermosos hielos. 

Al final, y como todo, pasito a pasito, llegamos a lo más alto. Liss nos dio la mano y ese último paso fue el más especial, el último paso que termina en un abrazo y que al oído te dice: LO LOGRAMOS. Yo ya no podía más y más por miedo al precipicio que por cansancio, me arrodillé en forma de plegaria, ante lo que solo pudo haber creado Dios. 

Más atrás, Brian completó el abrazo y entre lágrimas que no quiere admitir, nos dimos otro abrazo. Repitiendo: esto es muy duro. 

Poco después llegó Rosa y Jorge, y ya por fin respiramos con tranquilidad. Estábamos los 5 juntos, a salvo. 

Mirándolo desde afuera, no habría cambiado nada. No es que tenga ganas de hacer otra montaña tan complicada como esta, pero si me preguntan: ¿qué volvería a hacer? Volvería a plantearme cualquier reto complicado si me permite compartir solo unas horitas con las 4 personas con las que me rodeo, si me preguntan qué me llevo, me los llevo a ellos. El saber que llegamos todos a la meta o no llegamos. Así de simple. 

viernes, 2 de julio de 2021

Camihno Portugués

Si sacamos cuentas, sumamos y restamos, las matemáticas no nos dan, la conclusión es que los años de la pandemia nos restaron vida y esa batalla tenemos que ganarla a toda costa.

Desde el 16 de junio, venimos guerreando, porque a esto no se le puede llamar de otra manera, o bueno, mejor: venimos sufriendo.

Hay que ver que somos masoquistas, plantearnos cruzar una frontera, en papel 270 km sonaban fácil, total, hay que recuperar el tiempo, hay que demostrarle al mundo que podemos, hay que sufrir para que otros nos vean como referente, tenemos que sacrificarnos por aquellos que no pueden viajar. Qué montón de tonterías, si me preguntan a mí, solo basta vivir tranquilamente, disfrutar de las pequeñas cosas, no molestar. Yo necesité sufrir durante 10 días para entender esto.


Comenzamos


El primer día, se avecinaba tormentoso, no, en serio, mucha, mucha lluvia, pero nada podía desafiar nuestros corazones guerreros, habíamos entrenado, nos compramos las mejores mochilas, los mejores zapatos. Éramos nueve contra la naturaleza y nos vimos superiores, que canallas fuimos al querer desafiar al universo.

Después de los primeros 28 km, nos dimos cuenta que capaz, nuestra planificación y ánimos no eran suficientes. Empezaron las plantas de los pies a arder, a quemarnos como fuego, un pequeño roce hizo que una uña entera se desprendiera fácilmente de un dedo. Llegamos a pensar que cada kilometro extra era una pequeña tortura, que cada hora de sueño era preciosa y preciada.

Nos vimos perdidos en un país tan cercano y a la vez tan lejano, a escuchar el portugués y responder en castellano, como si fuese cosa casual, al final, unos 6 km hasta el hotel nos parecían imposibles, decidimos pedir que nos llevara un desconocido y es que eso hace el cansancio, te cierra la mente, no te hace estudiar los peligros, al final, nos daba todo igual.

Sin embargo, salimos ganando, dos señoras se ofrecieron a llevarnos, no nos lo creíamos, estábamos cerca de salir de este embrollo. En el camino, el dolor parece eterno, pero en cuando tienes una victoria, por más pequeña que sea, te hace olvidar todo lo demás.

Como buenos penitentes, al día siguiente nos levantamos para continuar con nuestra odisea, al final decidimos pensar en ganar una batalla diaria, de a 20 y pico km diarios, después pensaríamos en los 270 restantes, en esa guerra que parecía infinita. Empezamos a agradecer los descansos para el café de media mañana, a la lluvia suave en vez de los aguaceros que nos llenaban los zapatos de agua, que hacían cada paso más pesado. Empezamos a agradecer cada rayo de sol.


La manada



Cada mañana esos nueve zombies, esas nueve piezas individuales, sin saberlo, nos convertimos en unidad. Cada dolor individual se volvía parte del equipo. Ya nos entendíamos sin utilizar palabras, cada caminante que se alejaba de la manada era porque necesitaba su tiempo de meditación, su momento de privacidad para soltar una lagrimita, sollozar un poco, permitirse un momento de debilidad, solo uno, unos minutos para reflexionar sobre lo que perdimos, lo que vivimos, lo que dejamos de vivir, a quien dejamos de abrazar en estos años tumultuosos. A quién, a pesar de la distancia, recordamos cada minuto, a quién cargamos en nuestras mochilas, a quienes no podíamos dejar mal, a quienes dedicarles o dedicarnos cada atardecer.

Cada ampolla, dolor de espalda o de cadera, ya no era un dolor individual, lo llevábamos todos, nos convertimos en unidad, estábamos dispuestos a cargar la mochila de los demás a sacrificar lo que fuera por llegar juntos a la meta. Ser débil no era una opción, retirarse no estaba en los planes, cuando el dolor era ya tan profundo, guerreábamos como una fortaleza inquebrantable. Con solo mirarnos fijamente a los ojos, sabíamos que algo no andaba bien y ahí solo bajábamos el ritmo y acompañábamos al compañero en su dolor, sin palabras, solo gestos. No nos era desagradable curar o masajear unos pies cansados y se sentía sincero el abrazo y el hombro para llorar que ofrecía alguna de estas piezas rotas.

Somos invencibles



Como en este viaje, lo impredecible era la regla, ocurrió la peor de la predicciones, un soldado perdió la paciencia, esos dolores que bloquean nos invadió, y a mitad de camino, el dolor era tan fuerte que era necesario parar, un consejo sabio de la directiva de este grupo. Había que parar y consultar a un experto, era mejor dar por perdida una batalla que la guerra.

Por suerte, ninguno de nuestros miedos se materializaron, un trombo, un esguince, no era nada de eso, solo exceso de peso, de cansancio, de penurias y al final, este diagnóstico nos pareció mejor. Descanso era el medicamento, pero como la insolencia y rebeldía es parte del espíritu del equipo, decidimos ignorar toda recomendación y utilizar cualquier tipo de analgésico para hacer dormir a nuestro cuerpo, para ignorarlo y así conseguir la victoria a toda costa.


La bendita bicicleta



No nos bastaba con cansar el cuerpo con caminatas eternas y por eso, decidimos tomar la bicicleta, 50 km nos parecían poco, creyéndonos invencibles, tomamos velocidad, decíamos: ¨este recorrido lo hacemos rápido, enfocados llegaremos en poco tiempo.¨ Al final, no calculamos mi torpeza al volante, un frenazo hizo que volara, dejándome varias heridas, otra visita al hospital, un pensamiento destructivo me decía que capaz no estaba hecha para esto del deporte. Pero lo que más me martillaba la cabeza era que mi equipo, esa unidad perfecta, ese pedazo de guerreras y guerreros, fuese a detenerse, a no llegar a la meta por mi culpa.

Unas curas dolorosas zanjaron la aparatosa caída, el ego, el orgullo, la terquedad pudo más, no me iba a perder otro recorrido, ¨qué iba a hacer en el próximo pueblo yo sola.¨ Con todo el miedo que se puede tener después de sufrir una caída en bicicleta, me monté otra vez en ella. Con las piernas temblorosas, con miedo a caerme, con miedo a perder, pero al final dije: Liss, está cerca, no va a dejar que me pase nada, Nat y Ana también tienen miedo y lo están haciendo. Jose y Luis son expertos y nos han liderado hasta aquí y dentro de todo estamos sanos y salvos. El doctor, siempre nos va a proteger de eso no se puede dudar.

Al final, no hay nada que temer.

Al final, si te caes, te vuelves a levantar como lo han hecho todos.

Al final no estamos solos.

Aquí nadie se rinde.

Los últimos kilómetros


El problema con las derrotas continuas, es que te arrugan el corazón, te perforan la voluntad. A mitad de recorrido nos olvidamos de nuestro propósito. Nuestros pies iban solos, por inercia, solo queríamos llegar a la meta, no pensábamos en más, caminábamos apurados, como sin rumbo.

El tema con acercarse a la meta es que, la ilusión del premio, el ver finalizada esta tortura, te entumece los dolores del cuerpo y de la mente. Justo al final, nos dimos cuenta que no estábamos solos, ahí nos esperaban para darnos ánimos, las personas que nos veían como referente, desconocidos y conocidos que nos daban ánimos. Con esa dosis de esperanza, logramos arrastrarnos hasta la entrada de Santiago, hasta esa mítica catedral a la que muchos quieren llegar para borrar sus penas a punta de sacrificio.

El resultado


Me parece insólito decir que cruzamos una frontera, que fuimos desde Oporto hasta Santiago, en bicicleta, a pie y un trayecto en taxi, ahora escribiendo esto en la comodidad de mi casa, no me lo creo, no lo veo viable. Pero sí, se hizo y al final, las matemáticas sí sumaron, más bien, nos multiplicaron la voluntad, nos hicieron valientes y la conclusión de todo esto es que podemos con todo, que al final, cuando vengan otras pandemias, cuando tengamos que empezar de cero como tantas veces, nos sabremos fuertes, seremos capaces de levantarnos, llevaremos la frente en alto y volveremos a caminar, lento, pero seguros de que podemos lograrlo todo.

Yo solo puedo resumir lo vivido en esto: tantas cosas que pasaron, unas cuantas que recordaremos, otras tantas que ya olvidamos y solo de algunas aprenderemos.

jueves, 12 de diciembre de 2019

Para los ojitos rayados y cabellos color azabache

Lo que me contaron: 

Cruzar tantos países para llegar a la República Popular de China, enfrentándome a frases repetidas en donde de manera inconsciente nos dicen que somos limitados, que solo podemos llegar a ciertos lugares. 

Comentarios como: "eso queda más lejos que China” o “me estás hablando en chino”, ¨qué quieres ir a buscar tan lejos”. 

Son referencia, están tan inmersos en nuestra mente que nos nublan, nos pintan en la cabeza lugares lejanos, incomprensibles, recónditos y herméticos.

Este viaje significa que nada es imposible. El hombre es un animal de costumbre y al igual que nos hicieron pensar que China es lejano, de igual manera podemos decidir romper esquemas, con solo 10 horas de viaje. 

Shanghai: grande, moderna e imponente

Shanghai es símbolo de: modernidad, compras desenfrenadas, comida con sabores exóticos. Sinónimo de que las cosas si se organizan de manera adecuada pueden funcionar con precisión para una multitud de habitantes, sin que esto signifique caos. 

China acoge a muchas personas y les exige un código de conducta en ocasiones represivo, desde el uso del internet hasta tomar un taxi requiere de plataformas y recursos especiales desconocidos para Occidente. Es un mundo paralelo, que está altamente regulado por el gobierno. 

En las calles se percibe una tensión por la inmediatez, trabajadores se mueven rápido para hacer todo lo necesario y ser los primeros. La cultura de trabajo es exigente y rigurosa no hay tiempo para nada, solo para producir, vender o comprar.

Son tantos que la competencia los lleva a destacarse de alguna manera, bien sea con el idioma o conocimientos extras. Cualquier aspecto que pueda permitirles brillar un poquito entre este mar multitudinario de ojos rayados, cabellos lisos y negros como el azabache.

China es un país tan grande que el ciudadano no tiene que salir para enfrentarse a lo desconocido. Shanghai es una ciudad que atrae al turismo local y al extranjero, no deja de moverse porque no tiene permiso para segundos. 

Shanghai y su increíble skyline
Una de mis expectativas era estar rodeada de templos budistas, pero me equivoco, aquí hay templos pero para ser devoto de las compras. El capitalismo es abrumador, las mejores y prestigiosas marcas se ven en cada esquina. Los chinos van muy elegantes llevando conjuntos de ropa coloridos, relojes de marca y bolsos de diseñador. En esta religión, todo salario va a "donarse” a corporaciones, a vestir el cuerpo más que el alma. 

Los de afuera lo ven así: 

El olor fuerte a frituras y condimentos desconocidos, puede ser un poco fuerte para los olfatos extranjeros. La comida no es mala, el problema es que la mitad del tiempo no sé qué es. Me he adueñado de las frutas que venden en la esquina del metro y voy pelando castañas por las elegantes calles de Shanghái. Las patas de pollos y cabezas de pato aparecen enteras en un plato, lo cual para una vegetariana como yo puede ser un poco impactante. 

Nos vamos a un bar y ahí conocemos a Antonela, alemana de nacimiento pero de padres croatas, trabaja en Bangladesh. También conozco a Andrés, un español de Galicia que vive y trabaja en Estados Unidos. Dueño de su tienda de calcetines, completa el grupo de los trabajadores del área textil, se nos va el tiempo conversando de China y de su mano de obra, barata y buena. Discutimos un poco sobre el daño al ambiente, los desperdicios y el trabajo de manos esclavas, la conversación no parece trascender, todos somos culpables, brindamos y cambiamos de tema, dejando en el aire un olor a decepción y egoísmo. 

Suzhou: 



Museo: “the humble administration”
Al día siguiente abro los ojos a las 5 am, podré haber ganado tiempo al cruzar continentes en avión, pero el cuerpo es muy sabio y se resiste a los cambios bruscos. 

Utilizamos el tiempo con sabiduría, nos vamos a la estación de tren para viajar a Suzhou un recorrido que si se hace en carro son 6 horas. A nosotras nos lleva 25 min en un tren rápido, pero muy rápido, una bala que construyeron los chinos en tiempo record.

Este lugar también lleva el nombre de water towns porque hay canales entre las calles. Las aguas son verde, la humedad hace que las paredes de las casas tengan un poco de humedad. Los tonos del día son entre grises y negros, no nos importa, seguimos caminando. 

Entramos a una especie de museo que se llama “the humble administration” un lugar de salones de madera en medio de fuentes y árboles que dan una cierta fluidez a los espacios, ya lejos de la metrópolis, nos da tiempo de respirar para sentir un poco de serenidad y paz. 

Caminamos por el pueblo y nos metemos en cualquier lugar con tal de curiosear, la morisqueta nos sale cara cuando llegamos a una casa de té. Las chicas que nos atienden nos muestran sus caras amables y nos dan a probar de la bebida, como está tan rico, decidimos comprar un poco. Cuando nos llega la cuenta son 100 yuanes por una bolsita muy pequeña. No entendemos muy bien qué es lo que estamos pagando, pero igual le damos el dinero, para luego darnos cuenta de que la bolsita que tenemos en la mano nos costó 14 euros, en Madrid una caja de té para un mes te sale en 0,80 centavos de euro. ¡Primer desconcierto turístico! Decidimos reírnos y seguir adelante. 

Yo con un par de turistas locales con sus hermosos
trajes tradicionales
Caminamos de regreso para la estación de tren y vemos que hay una parada de autobús. Dice en la información que el bus número 7 nos lleva a nuestro destino. Hacemos señas al conductor para que se pare, esquivamos motos que se rehusa a pararse en los semáforos en rojo y llegamos a montarnos en el autobús. Entre señas le preguntamos al conductor si este nos lleva a la estación de tren, con un esquivo movimiento de cabeza nos dice que estamos bien, pero nosotras dudamos, en lo que podemos hablamos con una señora y le preguntamos si vamos por buen camino. Nos dice palabras en chino que no entendemos, me vuelvo a acercar al conductor para confirmar las instrucciones, solo para que me diga con su lenguaje no verbal, que no lo moleste más y que me siente. A todas estas, mi compañera de viaje, se ríe de mi decisión de último minuto y comunicación atropellada; reza para que estemos en la dirección correcta. Le digo que todo saldrá bien, que perderse es parte importantísima de los viajes, pero por dentro también tengo miedo. 

sábado, 23 de noviembre de 2019

El turismo y su intrusión

Este viaje me deja un sabor agriculce. 

Aquí comprendí que lo comercial puede sacar a un país de la pobreza, pero ¿a qué costo? 

Croacia, se volvió república en 1991, hace nada en mi opinión. Creo que a raíz de esto tiene algunas costumbres que en otros países no existen. Como por ejemplo: aun se fuma dentro de los locales, los edificios tienen un estilo de los 60 y me parece que su pueblo aún no comprende el boom turístico del que son parte. 

Vista desde el apartamento en donde nos quedábamos
Este viaje me hizo evaluar mi labor como invitada en los países que visito y siento que lo estoy haciendo muy mal. Para empezar, siempre hablamos en inglés, sin siquiera intentar decir un hola en Croata. ¿No sería nuestro deber tratar de encajar? ¿A través del lenguaje dejarles saber que estamos agradecidos porque nos abran la puerta de su casa?


Tristemente, a este paraíso de playas azules y transparentes le queda poco, el viajero de paso, destruye sin piedad la naturaleza, utiliza Split como el espacio de recreo. 

Saliendo de la cueva azul
El malecón, está repleto de restaurantes que venden hamburguesas, pizza y fast food, por ninguna parte encontré una representación local. Y las botellas de plástico flotan libremente por el mar. 

El parque Marjan, por el contrario, se me presenta como un espacio que se escapa de la invasión extranjera, es una recorrido boscoso para caminar y respirar aire fresco, el trekking lleva unas cuatro horas y haciéndolo puedes atravesar el lugar casi de punta a punta. 





Al croata “lo entiendo” como un individuo muy reservado, al que no le queda de otra que aceptar el tumulto de extranjeros en el verano, para luego disfrutar de la calma en los inviernos, me parece interesante que para los locales, las estaciones tengan una división diferente, primero la calma y luego el desenfreno. 

En este punto filman películas de Hollywood

Después de haber sido un lugar “indeseable” para muchos, un lugar de conflicto, muerte y gobiernos opresivos, ahora es un destino prominente y exótico para cualquier “gringuito” que busca comer hamburguesas y hablar inglés en otro territorio y sin pena comentar, entre un sin número de personas: hello, can you move? Como si no fuese su responsabilidad, como es la de todos de esperar con paciencia, nuestro turno. 

Por suerte, antes de despedirme de este lugar bendecido por su naturaleza, nos encontramos con Ornela, una mujer que busca devolverle a Split el cuidado que se merece, pidiendo ayuda a organizaciones sin fines de lucro para que las aguas negras de este lugar puedan ser tratadas adecuadamente. Con entusiasmo, ante mi pesimismo, me enseña el legado del emperador Diocleciano, quien se proclamó el dios Júpiter, con el objetivo de mostrarse un súper hombre y poder controlar al pueblo ignorante. Nos presenta un palacio excepcionalmente conservado, impecable en sus detalles, grandioso en sus pasillos. 

Palacio de Dioclesiano
Ornela lo sabe y yo también, este lugar en el que ahora estamos se volverá un recuerdo en poco, como pasó con el Parc Güell, hace 7 años entré a este lugar sin pedir permiso a nadie, paseé por cada esquina, me comí un helado en sus bancos de madera, y ahora no se puede entrar sin pagar, no se puede sentar en los jardines con una manta a conversar.

Lo mismo pasará con el palacio de Diocleciano, yo calculo que en dos o cinco años, las empresas privadas comprarán el territorio, ya no habrá locales colgando su ropa en el patio, un lugar libre en su momento y ahora ocupado por inmigrantes de paso como nosotras. 

¿Dónde se hace la línea divisoria entre la prudencia y el abuso? ¿Cómo se construye un turismo responsable? ¿Cómo se preserva la cultura local si no hay locales que nos la cuenten? 

Croacia, esta vez te hablo solo a ti, me voy con la seguridad de haber visto algo grandioso, único e irrepetible. Espero regresar y encontrarme un gobierno que tome iniciativas para conservar los recursos naturales e incentivar un ecoturismo que sea ejemplo para el mundo. 

Espero que estos paisajes que tengo en mi mente, porque ninguna cámara de fotografía puede capturar tanta belleza, no queden solo en mi recuerdo, si no que las imágenes del paraíso terrenal puedan pasar de generación en generación, que se traduzcan en alegría para el pueblo croata que ya ha sufrido suficiente.

Arun y Vishnu

Adiós al otoño

Abrumada por estos edificios enormes, rodeada de concreto y asfalto, decido irme a las montañas. Los pulmones en Shanghai te piden, de vez en cuando que los saques a pasear, la tos es la primera señal, el cansancio lo segundo. Unos culpan a las ciudades del norte, diciendo: 

“Esas sí son las que contaminan y el viento trae la polución, nosotros no.” 

Otros comentan: “Los automóviles no emiten tantos gases, son otras cosas.” 

Excusas baratas que nos exigen salir de la metrópolis gris en desesperada peregrinación por lo verde.  
En la montaña de Tianmu se celebra que estos
árboles enormes todavía existen en la China
industrializada y están protegidos por el gobierno. 

Esta vez es la montaña de Tianmu, que por la época del año, otoño, y por el cambio de color en las hojas de los árboles, recibe mucho turismo. De resto, está desolada como los ríos que vamos dejando atrás. 


El mundo occidental no se imagina que dentro de China pueda existir un paisaje más hermoso que este. El cambio de estación llena las montañas de colores amarillos, naranjas, verdes y marrones. Con aire frío, fresco y limpio. Noches negras y de luna llena.

El grupo

Entre el gentío que se monta en el autobús hay muchas caras familiares e historias que ya me suenan comunes: educadores que llegaron a China para pagar los créditos que tiene en sus países y reubicaciones de empresas extranjeras que fabrican en el gigante comunista. Sin embargo, hay dos caritas morenas y sonrisa bonachona, que buscan pasar desapercibidos entre la multitud.

Diferentes al resto, se esconden de las miradas en el fondo del autobús o caminando más lento. 

Llegan temprano al desayuno y se van de primeros en la cena. Ellos son Arun y Vishnu, vienen desde el sur de la India para trabajar en las empresas de automóviles en China y pasar un poco de dinero a las esposas y niñas que dejaron en casa. 

La hija de Vishnu, tiene solo 3 meses y él cuenta los días para verla otra vez. A pesar de que su historia es triste, él no muestra ni una onza de desazón. Te enseña con mucho amor las fotos de Praguia, que en indú significa sabiduría y repite conmigo la palabra en castellano diciendo: SA - BI - DU - RIA. Dice que él tiene suerte de estar en estas montañas viendo el cambio de estación, porque cuando vuelva a casa, podrá mostrarle a  su pequeña todo lo que ha visto. 
En esta foto sale Arun, arriba con suéter azul y
Vishnu, sentado y con suéter rojo.

Me cuenta de su vida de casado, de cómo ahora que tiene una pareja y a su hermosa nenita, puede multiplicar su amor. Me explica que dándose cariño entre los tres van sembrando raíces y creciendo juntos con un mismo propósito.

Después de escucharlo con atención, me pregunta: when are you going to be marry? Me hace gracia la forma en la que formula su inquietud. No hace referencia a algo ofensivo ni malintencionado, es realmente una pregunta sincera y sin doble intención. Creo que se imagina una respuesta concreta como: en mayo o en el 2021.

Hago una pausa para pensar en cómo explicarle. Confieso que la pregunta me tomó por sorpresa. Le respondo que no creo que me case y pela los ojos como un búho, mientras abre un poco la boca con disimulo. Al verle su carita de vergüenza, le digo que hace tiempo que no me hago esa pregunta, que ahora que él me la hace tan de frente, me ha puesto a pensar y que sin duda, no está en mis prioridades. Me mira un poco extrañado, pero lo deja pasar. Nos toca bajarnos del autobús, y a Vishnu le da una grata sensación de alivio cuando nos unimos al resto del grupo y dejamos de hablar del tema.

La espiritualidad

Arun, por su parte, no deja de hablarme de su religión y de cómo el Dios al que le reza, vive en él. 

Él no cree en un Dios superior que está en los cielos, dice que Dios toma dos formas dentro de nuestro cuerpo, de hecho, divide nuestro ser en dos hemisferios: Shiva, quien gobierna la conciencia y Sakthi, que controla las energías y nos ayuda a controlarnos ante las tentaciones. 

En definitiva, me dice: si Dios vive en nosotros, la responsabilidad de portarnos bien o mal es sólo nuestra. Somos los dueños de las acciones que realizamos, conscientes de la vida que llevamos y por ello debemos actuar en concordancia con aquello que creemos bueno o malo.  

El templo de Chan Yuan se encuentra escondido
entre las montañas de Tianmu
Le alivia pensar que tenemos el control de nuestro ser, capaz por eso se diferencia del resto del grupo, Arun no tiene preocupaciones, porque todo lo que hace es el resultado de su voluntad. En su vida, el azar no existe. 

El regreso



Así despedimos el otoño, hablando de lo que extrañamos, de lo que nos parece curioso de los chinos. Siendo críticos con nuestra vida, con las personas a las que conocemos, preguntando y preguntándonos: ¿a dónde nos llevará esta vida nómada? 

domingo, 27 de octubre de 2019

Para el mediterráneo

Pueblo Valldemossa
Me maravillan tus aguas cristalinas, tus entonos de rocas, tus playas de arena blanca, explican perfecto tu ser: áspero y rocoso, duro al caminar bajo un sol que arde y que quema con gusto todo lo que no cubra la sombra, pero suave y sutil a la hora del alba, si se cierran los ojos se puede sentir como el aire fresco acaricia la cara de nativos y turistas. 

Turistas frenéticos, escapando por unos días de sus vidas rutinarias, llegan a tus playas buscando la serenidad y calma que solo el Mediterráneo puede darles. A cualquier costo y a través de muchos excesos logran deshinibirse, borrar de sus mentes las responsabilidades y los problemas de esas vidas suyas que dejaron en sus países, ciudades que por una noche están a millones de kilómetros de distancia.

Los locales se creen inmaculados ante tus atardeceres, vivos y jóvenes. Sus pieles, ojos y cuerpos parecen sacados de revistas de moda, como si de alguna manera nacer en estas islas les hiciera más bellos que los demás, e incluso poderosos. Dioses milenarios que muchos ven con recelo, sin embargo, sospecho que cómo los turistas, ellos también quisieran escapar por un momento del paraíso.

Lujosos yates, bulevares, comida para paladares exquisitos, estas islas se alejaron de todo tipo de sufrimiento. Aquí la gente no sufre y si lo hacen, lo disimulan tremendamente bien. Si hay una realidad paralela, es esta del Mediterráneo.

¿Qué tienes Mediterráneo? 
¿Tú aire salado? 
¿Cielos azules sin reparo de nubes?

Playa Sa Calobra, Mallorca
Hasta con cielos grises te presentas espledorosa, pero escondes algo, hay algo que no puedo descifrar. Te presentas perfecta, pero hay algo. Algo que no estás dispuesta a mostrarme. 

El invierno, ¿quizás? Cuando el viento del norte sopla fuerte sobre tus costas, la gente se esconde y te encuentras desolada por muchos meses. Es eso, eres como una mujer que no se entrega del todo, porque sabe que el amor que te damos es de a poco, momentáneo, simplista para todo lo que tú nos das en verano. Para ti, somos simples ingratos que te utilizamos sin respeto, sin decoro y sin amor del bueno. 

Las luces del Diwali

Aquella noche de domingo pretendía ser como cualquiera, la antesala a un lunes lleno de responsabilidades, compromisos, cuentas. Prometía, como siempre, robarnos la diversión del último día de la semana. Dejarnos el sabor agridulce de las despedidas, con ese toque de tristeza y alegría, esa dulzura esperanzadora que nos hace imaginar el próximo viernes, esas 48 horas donde nos olvidamos de nosotros y de todo.

Todo eso esperábamos de un día tan mundano como este, pero la India con sus tradiciones no lo permitió. El día del Diwali, el día de las luces, sonrisas, alegría y agradecimiento, permitió que nuestra existencia fuese representativa, tuvimos la fortuna de impregnarnos de la más agradable compañía, de abrazos y momentos sin precedente. De agradecer cada gesto, cada atención que estos expatriados, le transmiten a todo el que llega a esta ciudad tan grande en donde en ocasiones te abruma su conglomerado de gente y a la vez, te hace sentirte íngrimamente solo.

¿Cómo va esto?


Cristina y yo, en casa de Richa y Vikas,
celebrando el día de las luces
La luna avisa cuándo toca celebrar, la naturaleza trabaja para esconderla y debido a su ausencia, nos toca a los terrenales colocar velas para guiarle el camino al Dios Ram, para traerlo a casa después de su batalla contra el mal, para que nos inunde con su bondad y nos permita experimentar paz, para brindar por él, celebrar su fortaleza y si tenemos suerte y trabajamos duro, imaginarnos un poco cercanos o parecidos a él.  


Los indios vestidos de alta gala, con las mejores joyas, moviendo las manos con soltura ante la música vibrante y alegre del Diwali, canciones que hablan de serpientes, de amor, de la vida. Soltamos todas nuestras energías en la pista, nos sentimos en una animada película de Bollywood. Comiendo manjares de dioses, todos preparados con amor y alegría para darle la entrada a un nuevo año, lleno de deseos y expectativas grandilocuentes, creyéndonos súper héroes, creyéndonos invencibles y los más afortunados de este mundo. 


La noche se va tan rápido como el resto del día, llenándonos el corazón de cariño desinteresado, se va tan rápido como las míseras horas del fin de semana, se va como las horas de estos últimos años, como un suspiro, como el aire: invisible, rozándonos la cara con desinterés ingrato. Pasa dejándonos saber que existe, pero es fugaz, sin la más mínima posibilidad de poder agarrarlo, sin poder colocarlo como un adorno, se va sin avisarnos, solo permite “quedarse” en esta página y en mi memoria.