Traveller History

Traveller History

jueves, 12 de diciembre de 2019

Para los ojitos rayados y cabellos color azabache

Lo que me contaron: 

Cruzar tantos países para llegar a la República Popular de China, enfrentándome a frases repetidas en donde de manera inconsciente nos dicen que somos limitados, que solo podemos llegar a ciertos lugares. 

Comentarios como: "eso queda más lejos que China” o “me estás hablando en chino”, ¨qué quieres ir a buscar tan lejos”. 

Son referencia, están tan inmersos en nuestra mente que nos nublan, nos pintan en la cabeza lugares lejanos, incomprensibles, recónditos y herméticos.

Este viaje significa que nada es imposible. El hombre es un animal de costumbre y al igual que nos hicieron pensar que China es lejano, de igual manera podemos decidir romper esquemas, con solo 10 horas de viaje. 

Shanghai: grande, moderna e imponente

Shanghai es símbolo de: modernidad, compras desenfrenadas, comida con sabores exóticos. Sinónimo de que las cosas si se organizan de manera adecuada pueden funcionar con precisión para una multitud de habitantes, sin que esto signifique caos. 

China acoge a muchas personas y les exige un código de conducta en ocasiones represivo, desde el uso del internet hasta tomar un taxi requiere de plataformas y recursos especiales desconocidos para Occidente. Es un mundo paralelo, que está altamente regulado por el gobierno. 

En las calles se percibe una tensión por la inmediatez, trabajadores se mueven rápido para hacer todo lo necesario y ser los primeros. La cultura de trabajo es exigente y rigurosa no hay tiempo para nada, solo para producir, vender o comprar.

Son tantos que la competencia los lleva a destacarse de alguna manera, bien sea con el idioma o conocimientos extras. Cualquier aspecto que pueda permitirles brillar un poquito entre este mar multitudinario de ojos rayados, cabellos lisos y negros como el azabache.

China es un país tan grande que el ciudadano no tiene que salir para enfrentarse a lo desconocido. Shanghai es una ciudad que atrae al turismo local y al extranjero, no deja de moverse porque no tiene permiso para segundos. 

Shanghai y su increíble skyline
Una de mis expectativas era estar rodeada de templos budistas, pero me equivoco, aquí hay templos pero para ser devoto de las compras. El capitalismo es abrumador, las mejores y prestigiosas marcas se ven en cada esquina. Los chinos van muy elegantes llevando conjuntos de ropa coloridos, relojes de marca y bolsos de diseñador. En esta religión, todo salario va a "donarse” a corporaciones, a vestir el cuerpo más que el alma. 

Los de afuera lo ven así: 

El olor fuerte a frituras y condimentos desconocidos, puede ser un poco fuerte para los olfatos extranjeros. La comida no es mala, el problema es que la mitad del tiempo no sé qué es. Me he adueñado de las frutas que venden en la esquina del metro y voy pelando castañas por las elegantes calles de Shanghái. Las patas de pollos y cabezas de pato aparecen enteras en un plato, lo cual para una vegetariana como yo puede ser un poco impactante. 

Nos vamos a un bar y ahí conocemos a Antonela, alemana de nacimiento pero de padres croatas, trabaja en Bangladesh. También conozco a Andrés, un español de Galicia que vive y trabaja en Estados Unidos. Dueño de su tienda de calcetines, completa el grupo de los trabajadores del área textil, se nos va el tiempo conversando de China y de su mano de obra, barata y buena. Discutimos un poco sobre el daño al ambiente, los desperdicios y el trabajo de manos esclavas, la conversación no parece trascender, todos somos culpables, brindamos y cambiamos de tema, dejando en el aire un olor a decepción y egoísmo. 

Suzhou: 



Museo: “the humble administration”
Al día siguiente abro los ojos a las 5 am, podré haber ganado tiempo al cruzar continentes en avión, pero el cuerpo es muy sabio y se resiste a los cambios bruscos. 

Utilizamos el tiempo con sabiduría, nos vamos a la estación de tren para viajar a Suzhou un recorrido que si se hace en carro son 6 horas. A nosotras nos lleva 25 min en un tren rápido, pero muy rápido, una bala que construyeron los chinos en tiempo record.

Este lugar también lleva el nombre de water towns porque hay canales entre las calles. Las aguas son verde, la humedad hace que las paredes de las casas tengan un poco de humedad. Los tonos del día son entre grises y negros, no nos importa, seguimos caminando. 

Entramos a una especie de museo que se llama “the humble administration” un lugar de salones de madera en medio de fuentes y árboles que dan una cierta fluidez a los espacios, ya lejos de la metrópolis, nos da tiempo de respirar para sentir un poco de serenidad y paz. 

Caminamos por el pueblo y nos metemos en cualquier lugar con tal de curiosear, la morisqueta nos sale cara cuando llegamos a una casa de té. Las chicas que nos atienden nos muestran sus caras amables y nos dan a probar de la bebida, como está tan rico, decidimos comprar un poco. Cuando nos llega la cuenta son 100 yuanes por una bolsita muy pequeña. No entendemos muy bien qué es lo que estamos pagando, pero igual le damos el dinero, para luego darnos cuenta de que la bolsita que tenemos en la mano nos costó 14 euros, en Madrid una caja de té para un mes te sale en 0,80 centavos de euro. ¡Primer desconcierto turístico! Decidimos reírnos y seguir adelante. 

Yo con un par de turistas locales con sus hermosos
trajes tradicionales
Caminamos de regreso para la estación de tren y vemos que hay una parada de autobús. Dice en la información que el bus número 7 nos lleva a nuestro destino. Hacemos señas al conductor para que se pare, esquivamos motos que se rehusa a pararse en los semáforos en rojo y llegamos a montarnos en el autobús. Entre señas le preguntamos al conductor si este nos lleva a la estación de tren, con un esquivo movimiento de cabeza nos dice que estamos bien, pero nosotras dudamos, en lo que podemos hablamos con una señora y le preguntamos si vamos por buen camino. Nos dice palabras en chino que no entendemos, me vuelvo a acercar al conductor para confirmar las instrucciones, solo para que me diga con su lenguaje no verbal, que no lo moleste más y que me siente. A todas estas, mi compañera de viaje, se ríe de mi decisión de último minuto y comunicación atropellada; reza para que estemos en la dirección correcta. Le digo que todo saldrá bien, que perderse es parte importantísima de los viajes, pero por dentro también tengo miedo. 

sábado, 23 de noviembre de 2019

El turismo y su intrusión

Este viaje me deja un sabor agriculce. 

Aquí comprendí que lo comercial puede sacar a un país de la pobreza, pero ¿a qué costo? 

Croacia, se volvió república en 1991, hace nada en mi opinión. Creo que a raíz de esto tiene algunas costumbres que en otros países no existen. Como por ejemplo: aun se fuma dentro de los locales, los edificios tienen un estilo de los 60 y me parece que su pueblo aún no comprende el boom turístico del que son parte. 

Vista desde el apartamento en donde nos quedábamos
Este viaje me hizo evaluar mi labor como invitada en los países que visito y siento que lo estoy haciendo muy mal. Para empezar, siempre hablamos en inglés, sin siquiera intentar decir un hola en Croata. ¿No sería nuestro deber tratar de encajar? ¿A través del lenguaje dejarles saber que estamos agradecidos porque nos abran la puerta de su casa?


Tristemente, a este paraíso de playas azules y transparentes le queda poco, el viajero de paso, destruye sin piedad la naturaleza, utiliza Split como el espacio de recreo. 

Saliendo de la cueva azul
El malecón, está repleto de restaurantes que venden hamburguesas, pizza y fast food, por ninguna parte encontré una representación local. Y las botellas de plástico flotan libremente por el mar. 

El parque Marjan, por el contrario, se me presenta como un espacio que se escapa de la invasión extranjera, es una recorrido boscoso para caminar y respirar aire fresco, el trekking lleva unas cuatro horas y haciéndolo puedes atravesar el lugar casi de punta a punta. 





Al croata “lo entiendo” como un individuo muy reservado, al que no le queda de otra que aceptar el tumulto de extranjeros en el verano, para luego disfrutar de la calma en los inviernos, me parece interesante que para los locales, las estaciones tengan una división diferente, primero la calma y luego el desenfreno. 

En este punto filman películas de Hollywood

Después de haber sido un lugar “indeseable” para muchos, un lugar de conflicto, muerte y gobiernos opresivos, ahora es un destino prominente y exótico para cualquier “gringuito” que busca comer hamburguesas y hablar inglés en otro territorio y sin pena comentar, entre un sin número de personas: hello, can you move? Como si no fuese su responsabilidad, como es la de todos de esperar con paciencia, nuestro turno. 

Por suerte, antes de despedirme de este lugar bendecido por su naturaleza, nos encontramos con Ornela, una mujer que busca devolverle a Split el cuidado que se merece, pidiendo ayuda a organizaciones sin fines de lucro para que las aguas negras de este lugar puedan ser tratadas adecuadamente. Con entusiasmo, ante mi pesimismo, me enseña el legado del emperador Diocleciano, quien se proclamó el dios Júpiter, con el objetivo de mostrarse un súper hombre y poder controlar al pueblo ignorante. Nos presenta un palacio excepcionalmente conservado, impecable en sus detalles, grandioso en sus pasillos. 

Palacio de Dioclesiano
Ornela lo sabe y yo también, este lugar en el que ahora estamos se volverá un recuerdo en poco, como pasó con el Parc Güell, hace 7 años entré a este lugar sin pedir permiso a nadie, paseé por cada esquina, me comí un helado en sus bancos de madera, y ahora no se puede entrar sin pagar, no se puede sentar en los jardines con una manta a conversar.

Lo mismo pasará con el palacio de Diocleciano, yo calculo que en dos o cinco años, las empresas privadas comprarán el territorio, ya no habrá locales colgando su ropa en el patio, un lugar libre en su momento y ahora ocupado por inmigrantes de paso como nosotras. 

¿Dónde se hace la línea divisoria entre la prudencia y el abuso? ¿Cómo se construye un turismo responsable? ¿Cómo se preserva la cultura local si no hay locales que nos la cuenten? 

Croacia, esta vez te hablo solo a ti, me voy con la seguridad de haber visto algo grandioso, único e irrepetible. Espero regresar y encontrarme un gobierno que tome iniciativas para conservar los recursos naturales e incentivar un ecoturismo que sea ejemplo para el mundo. 

Espero que estos paisajes que tengo en mi mente, porque ninguna cámara de fotografía puede capturar tanta belleza, no queden solo en mi recuerdo, si no que las imágenes del paraíso terrenal puedan pasar de generación en generación, que se traduzcan en alegría para el pueblo croata que ya ha sufrido suficiente.

Arun y Vishnu

Adiós al otoño

Abrumada por estos edificios enormes, rodeada de concreto y asfalto, decido irme a las montañas. Los pulmones en Shanghai te piden, de vez en cuando que los saques a pasear, la tos es la primera señal, el cansancio lo segundo. Unos culpan a las ciudades del norte, diciendo: 

“Esas sí son las que contaminan y el viento trae la polución, nosotros no.” 

Otros comentan: “Los automóviles no emiten tantos gases, son otras cosas.” 

Excusas baratas que nos exigen salir de la metrópolis gris en desesperada peregrinación por lo verde.  
En la montaña de Tianmu se celebra que estos
árboles enormes todavía existen en la China
industrializada y están protegidos por el gobierno. 

Esta vez es la montaña de Tianmu, que por la época del año, otoño, y por el cambio de color en las hojas de los árboles, recibe mucho turismo. De resto, está desolada como los ríos que vamos dejando atrás. 


El mundo occidental no se imagina que dentro de China pueda existir un paisaje más hermoso que este. El cambio de estación llena las montañas de colores amarillos, naranjas, verdes y marrones. Con aire frío, fresco y limpio. Noches negras y de luna llena.

El grupo

Entre el gentío que se monta en el autobús hay muchas caras familiares e historias que ya me suenan comunes: educadores que llegaron a China para pagar los créditos que tiene en sus países y reubicaciones de empresas extranjeras que fabrican en el gigante comunista. Sin embargo, hay dos caritas morenas y sonrisa bonachona, que buscan pasar desapercibidos entre la multitud.

Diferentes al resto, se esconden de las miradas en el fondo del autobús o caminando más lento. 

Llegan temprano al desayuno y se van de primeros en la cena. Ellos son Arun y Vishnu, vienen desde el sur de la India para trabajar en las empresas de automóviles en China y pasar un poco de dinero a las esposas y niñas que dejaron en casa. 

La hija de Vishnu, tiene solo 3 meses y él cuenta los días para verla otra vez. A pesar de que su historia es triste, él no muestra ni una onza de desazón. Te enseña con mucho amor las fotos de Praguia, que en indú significa sabiduría y repite conmigo la palabra en castellano diciendo: SA - BI - DU - RIA. Dice que él tiene suerte de estar en estas montañas viendo el cambio de estación, porque cuando vuelva a casa, podrá mostrarle a  su pequeña todo lo que ha visto. 
En esta foto sale Arun, arriba con suéter azul y
Vishnu, sentado y con suéter rojo.

Me cuenta de su vida de casado, de cómo ahora que tiene una pareja y a su hermosa nenita, puede multiplicar su amor. Me explica que dándose cariño entre los tres van sembrando raíces y creciendo juntos con un mismo propósito.

Después de escucharlo con atención, me pregunta: when are you going to be marry? Me hace gracia la forma en la que formula su inquietud. No hace referencia a algo ofensivo ni malintencionado, es realmente una pregunta sincera y sin doble intención. Creo que se imagina una respuesta concreta como: en mayo o en el 2021.

Hago una pausa para pensar en cómo explicarle. Confieso que la pregunta me tomó por sorpresa. Le respondo que no creo que me case y pela los ojos como un búho, mientras abre un poco la boca con disimulo. Al verle su carita de vergüenza, le digo que hace tiempo que no me hago esa pregunta, que ahora que él me la hace tan de frente, me ha puesto a pensar y que sin duda, no está en mis prioridades. Me mira un poco extrañado, pero lo deja pasar. Nos toca bajarnos del autobús, y a Vishnu le da una grata sensación de alivio cuando nos unimos al resto del grupo y dejamos de hablar del tema.

La espiritualidad

Arun, por su parte, no deja de hablarme de su religión y de cómo el Dios al que le reza, vive en él. 

Él no cree en un Dios superior que está en los cielos, dice que Dios toma dos formas dentro de nuestro cuerpo, de hecho, divide nuestro ser en dos hemisferios: Shiva, quien gobierna la conciencia y Sakthi, que controla las energías y nos ayuda a controlarnos ante las tentaciones. 

En definitiva, me dice: si Dios vive en nosotros, la responsabilidad de portarnos bien o mal es sólo nuestra. Somos los dueños de las acciones que realizamos, conscientes de la vida que llevamos y por ello debemos actuar en concordancia con aquello que creemos bueno o malo.  

El templo de Chan Yuan se encuentra escondido
entre las montañas de Tianmu
Le alivia pensar que tenemos el control de nuestro ser, capaz por eso se diferencia del resto del grupo, Arun no tiene preocupaciones, porque todo lo que hace es el resultado de su voluntad. En su vida, el azar no existe. 

El regreso



Así despedimos el otoño, hablando de lo que extrañamos, de lo que nos parece curioso de los chinos. Siendo críticos con nuestra vida, con las personas a las que conocemos, preguntando y preguntándonos: ¿a dónde nos llevará esta vida nómada? 

domingo, 27 de octubre de 2019

Para el mediterráneo

Pueblo Valldemossa
Me maravillan tus aguas cristalinas, tus entonos de rocas, tus playas de arena blanca, explican perfecto tu ser: áspero y rocoso, duro al caminar bajo un sol que arde y que quema con gusto todo lo que no cubra la sombra, pero suave y sutil a la hora del alba, si se cierran los ojos se puede sentir como el aire fresco acaricia la cara de nativos y turistas. 

Turistas frenéticos, escapando por unos días de sus vidas rutinarias, llegan a tus playas buscando la serenidad y calma que solo el Mediterráneo puede darles. A cualquier costo y a través de muchos excesos logran deshinibirse, borrar de sus mentes las responsabilidades y los problemas de esas vidas suyas que dejaron en sus países, ciudades que por una noche están a millones de kilómetros de distancia.

Los locales se creen inmaculados ante tus atardeceres, vivos y jóvenes. Sus pieles, ojos y cuerpos parecen sacados de revistas de moda, como si de alguna manera nacer en estas islas les hiciera más bellos que los demás, e incluso poderosos. Dioses milenarios que muchos ven con recelo, sin embargo, sospecho que cómo los turistas, ellos también quisieran escapar por un momento del paraíso.

Lujosos yates, bulevares, comida para paladares exquisitos, estas islas se alejaron de todo tipo de sufrimiento. Aquí la gente no sufre y si lo hacen, lo disimulan tremendamente bien. Si hay una realidad paralela, es esta del Mediterráneo.

¿Qué tienes Mediterráneo? 
¿Tú aire salado? 
¿Cielos azules sin reparo de nubes?

Playa Sa Calobra, Mallorca
Hasta con cielos grises te presentas espledorosa, pero escondes algo, hay algo que no puedo descifrar. Te presentas perfecta, pero hay algo. Algo que no estás dispuesta a mostrarme. 

El invierno, ¿quizás? Cuando el viento del norte sopla fuerte sobre tus costas, la gente se esconde y te encuentras desolada por muchos meses. Es eso, eres como una mujer que no se entrega del todo, porque sabe que el amor que te damos es de a poco, momentáneo, simplista para todo lo que tú nos das en verano. Para ti, somos simples ingratos que te utilizamos sin respeto, sin decoro y sin amor del bueno. 

Las luces del Diwali

Aquella noche de domingo pretendía ser como cualquiera, la antesala a un lunes lleno de responsabilidades, compromisos, cuentas. Prometía, como siempre, robarnos la diversión del último día de la semana. Dejarnos el sabor agridulce de las despedidas, con ese toque de tristeza y alegría, esa dulzura esperanzadora que nos hace imaginar el próximo viernes, esas 48 horas donde nos olvidamos de nosotros y de todo.

Todo eso esperábamos de un día tan mundano como este, pero la India con sus tradiciones no lo permitió. El día del Diwali, el día de las luces, sonrisas, alegría y agradecimiento, permitió que nuestra existencia fuese representativa, tuvimos la fortuna de impregnarnos de la más agradable compañía, de abrazos y momentos sin precedente. De agradecer cada gesto, cada atención que estos expatriados, le transmiten a todo el que llega a esta ciudad tan grande en donde en ocasiones te abruma su conglomerado de gente y a la vez, te hace sentirte íngrimamente solo.

¿Cómo va esto?


Cristina y yo, en casa de Richa y Vikas,
celebrando el día de las luces
La luna avisa cuándo toca celebrar, la naturaleza trabaja para esconderla y debido a su ausencia, nos toca a los terrenales colocar velas para guiarle el camino al Dios Ram, para traerlo a casa después de su batalla contra el mal, para que nos inunde con su bondad y nos permita experimentar paz, para brindar por él, celebrar su fortaleza y si tenemos suerte y trabajamos duro, imaginarnos un poco cercanos o parecidos a él.  


Los indios vestidos de alta gala, con las mejores joyas, moviendo las manos con soltura ante la música vibrante y alegre del Diwali, canciones que hablan de serpientes, de amor, de la vida. Soltamos todas nuestras energías en la pista, nos sentimos en una animada película de Bollywood. Comiendo manjares de dioses, todos preparados con amor y alegría para darle la entrada a un nuevo año, lleno de deseos y expectativas grandilocuentes, creyéndonos súper héroes, creyéndonos invencibles y los más afortunados de este mundo. 


La noche se va tan rápido como el resto del día, llenándonos el corazón de cariño desinteresado, se va tan rápido como las míseras horas del fin de semana, se va como las horas de estos últimos años, como un suspiro, como el aire: invisible, rozándonos la cara con desinterés ingrato. Pasa dejándonos saber que existe, pero es fugaz, sin la más mínima posibilidad de poder agarrarlo, sin poder colocarlo como un adorno, se va sin avisarnos, solo permite “quedarse” en esta página y en mi memoria. 

miércoles, 2 de octubre de 2019

Saliendo del nido

Madrid, nunca imaginé que esta ciudad me trajera tantos sentimientos y aprendizajes.

Me enfrentaba a lo mismo que muchos inmigrantes de este pequeño mundo, algunos quieren hacerse las víctimas y pensar que a los venezolanos no les toca, pero nos tocó, unos lo sienten como el desamor más grande y otros cómo algo que sucede por el curso natural que toma la vida. 



El venir a España, para mí fue el resultado de una elección rápida, era aventurarme a un proceso largo de presentación de exámenes para quedar en alguna universidad en Estados Unidos y estar al lado de mi hermana mayor o utilizar el legado que me dejó mi abuela y probar otro modo de vida, sin tantos gastos económicos ni tragedias migratorias.



Debo comentar que venirme a Madrid fue la mejor decisión que he tomado hasta ahora. Puedo decir con completa seguridad que no me arrepiento ni por un segundo de haber venido al viejo continente.

Llegar aquí significó cerrar una etapa de mi vida en el país en el que nací. Me despedí de mucha gente querida, del hogar donde me crié y le coloqué un chaleco de fuerza a mi corazón para pretender que no me importaba lo que dejaba.

Decidí hacerme fuerte y enfrentar con confianza lo que se presentara en mi camino. Hice mis maletas con los cimientos de mi formación, mis valores más arraigados y un montón de ropa que jamás utilizaré, encaminándome a lo desconocido acompañada de la persona en la que más confío, mi mamá. 

Y así fue, llegué a España culpando a la diferencia de horario y al invierno por mis temores. Y ahí, tan lejos de lo habitual, me sentí libre de ser lo que quisiera. Empecé a agradecer las pequeñas cosas, las caminatas, los cambios de temporada, tomar el bus, valerme por mi cuenta sin importar el tráfico, comer lo que me gusta. 

Empecé lentamente a conocerme, entender mis miedos, virtudes, debilidades, darme cuenta de lo realmente importante. 

Tuve el privilegio de convivir con gente amable, humilde y agradecidas, conocer sus culturas y las historias de sus países; comprender que aunque hablemos el mismo idioma, pensamos muy distinto. 

Ni hablar de lo que significó viajar por Europa, no hay palabras, fueron los mejores meses de mi vida. No sentía inseguridades. Hacia las cosas que me gustaban, SÓLO lo que me gustaba. Tuve lo voluntad y seguridad para decir que no a amistades envidiosas, a costumbres que iban en contra de mis valores, a alejarme de la gente negativa. 

Amé está experiencia. Nunca la olvidaré, y probablemente cueste mucho superarla. 
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sábado, 25 de mayo de 2019

El Himalaya y su gente buena

Hago y deshagoago la maleta, en 12 kilos debo llevar todo lo que necesito para estar en el Himalaya. 

12 kilos, ¡Qué poco sabía! se necesita mucho menos para llegar a estas montañas, en vez de ropa, lo que hace falta es: mucha fuerza de voluntad, toneladas de confianza, un equipo considerado y por sobre todas las cosas, mucha valentía. 

Qué cosas he visto en este viaje, muchas, te puedo decir, pero la más importante ha sido mi coraje. Saberme pequeña frente a estas montañas imponentes e invencibles y aún así, subirlas y vencer todos mis miedos.

El aeropuerto de Katmandú, es un escenario de contrastes. Un lugar sin reglas, debes confiar en tu intuición para saber cuáles son los pasos a seguir. 

Las maletas están en el suelo sin orden aparente, todos los viajeros andan revisando etiquetas y gritando: esa es mía. Si llega junto con tu vuelo, debes considerarte afortunado. 

En la salida nos espera Pawan, quién se encargará de llevarnos al hotel. Nos montamos en un carro que parece no tener frenos, las calles no tienen líneas y los peatones cruzan por dónde quieren. Más adelante vemos una vaca, haciéndose dueña de la avenida junto a su dueño. El polvo impide que podamos abrir las ventanas. 

Al día siguiente nos toca volver al aeropuerto de Katmandú, para tomar una avioneta hasta Lukla,ciudad de entrada al parque Sagarmatha y en dónde empezaremos a caminar, pero este está cerrado. 

Tomamos la siguiente ruta más recomendada, viajar en carro desde Katmandú hasta Ramechhap, 3 horas en donde todos nuestros músculos se quedan tensos. El conductor pasa por un camino lleno de huecos, en una carretera donde solo pasa una carro pequeño, e insiste en pelearse la vía con un camión a través de cornetazos y groserías en Nepalés. Del otro lado hay un precipicio, que da sensación de vacío cada vez que nuestro chofer quiere hacerse el valiente y pegarse a este lado de la ruta. 

Llegamos a Ramechhap sanos y lo contamos como una victoria. El aeropuerto es una casa en medio de un terreno baldío. Está repleto de gente, las condiciones climáticas en Lukla no dejan que las avionetas aterricen. Es la primera prueba que nos da la montaña de que aquí, manda ella. 

Salimos a la 1 pm, el vuelo va con 7 horas de retraso, pero con todo y eso, cantamos victoria. 

Llegamos a Lukla y nos vamos a nuestro refugio, ya empieza el frío. 20 minutos de vuelo hacen que el sudor pegajoso de Ramechhap desaparezca. Subimos a 2.800 metros y empezamos a sentir como el aire se vuelve más escaso. 

Primer refugio en Lukla
Una de las mochilas parece no llegar con nosotros, esos supuestos 12 kilos que tenían que mantenernos sanas durante la caminata. Sin mochila es difícil continuar, ya que aquí todo elemento es importante, desde el papel toilet, hasta el agua, siguiendo por el sleeping bag y la medicina para la altura. 

Nuestro Sherpa, Geljen, no puede de los nervios. Se pasea por el pueblo de inicio a fin y trata de tranquilizarnos con lo que puede. Al final, la policía se pone manos a la obra y la encuentra. El contratiempo nos retrasa un día de caminata, pero nuevamente nos sentimos ganadores. 

Al día siguiente nos toca recuperar el tiempo perdido, caminamos rumbo a Monjo. En 6 horas recorremos 14 km, con las piernas nuevas y descansadas nos sentimos invencibles, nada puede detenernos, ni siquiera la mirada cansada de Arturo, un caminante brasileño que nos advierte de la precariedad del camino, de la falta de oxígeno, de la paciencia que tenemos que tener y del frío que debemos estar dispuestas a soportar. 

En esta montaña en el medio de la nada, todo servicio es un lujo, una ducha caliente cuesta lo mismo que una botella de agua, cargar la batería del teléfono o utilizar internet es un lujo que muchas veces no te puedes permitir. 

Las habitaciones son témpanos de hielo, es difícil dormir con tanto frío, incluso con un sleeping bag de plumas y un edredón. Sacar la nariz para respirar este aire ingrato de montaña, resulta un desafío. A pesar de todo esto, yo solo pienso en Geljen, él debe dormir en el comedor con los otros sherpas, a la interperie, con frío, sin sleeping. 

Nosotras nos quejamos de la letrina, de que hace días que no nos duchamos, de que nos duelen los pies y él, no se queja, camina lento, y nos pregunta si todo está bien con una linda y amable sonrisa. 

Qué hombre más valiente. ¿Sabían que ser Sherpa o porteador, quien te lleva la maleta, es uno de los trabajos más peligrosos del mundo? La expectativa de vida es muy baja debido a la altura y al trabajo físico que implica y aún así, Geljen parece disfrutar lo que hace, lo que más le gusta es mostrarnos flores y los pájaros que sobreviven a esta altura. 



Geljen, yo y el porteador
Seguimos caminando, ya no contamos kilómetros, sino altura, bajo la lluvia fría, bajo el sol de montaña que nos deshidrata, contamos pueblos que pasamos, contamos puentes, vemos a lo lejos la fauna y flora que dejamos atrás. Cruzamos ríos con nuestras botas modernas y poderosas, botas caras fabricadas con productos Goretex. Llenas de barro las lavamos en un río, molestos porque nuestros preciados zapatos marca tal o cual ya no están limpios, solo para ver el calzado que lleva Geljen, unos zapatos de deporte blancos, sin una gota de sucio, perfectos, inmaculados, como si los hubiese comprado ayer. 


Día de aclimatación en Dingboche
Dingboche, un pueblo pequeño en medio de la nada. Nuestra primera prueba de realidad, frío cómo un témpano, a 4.600 metros de altura. Aquí nuestro cuerpo se encuentra en un pequeño shock, a esta altura todo funciona más lento, no puedo comer demasiado, mi estómago simplemente no lo procesa bien. Dormir se convierte en un lujo, por la noche encuentro que hay menos oxígeno. Esta ciudad sirve de preparación para lo que viene. Hacemos una caminata a 4.800 metros para aclimatarnos, es una estrategia genial porque al día siguiente tenemos menos frío. 

Después del día de descanso, salimos hacia Teanboche, creo que fue la caminata más dura del recorrido. Una subida sumamente empinada. Tomamos altura y ya la lluvia no es agua sino nieve. Nos sentamos en un prado a merendar, todos juntos, hasta Geljen se une a nuestro grupo de derrotados caminantes. Sacamos chocolates, frutos secos y galletas, un manjar en este territorio baldío, los caballos huelen el chocolate y no hacen más que darnos con su cabeza en nuestras manos, se nos montan en cima para que les demos comida, como si fuese cosa cotidiana, les damos un trozo de nuestro chocolate y los mandamos a irse, pero ¡qué va! Siguen exigiendo su porción de comida. Yo no me lo puedo creer. Parece que hay que ir a la montaña de un país budista para experimentar un contacto con animales de esta manera tan directa y sin verlos enjaulados. 

Seguimos subiendo, por el camino y en cada refugio hablamos con personas sumamente interesantes y valientes. No sé qué tiene esta montaña tan imponente que hace a la gente más humilde, quienes comparten sus cosas sin rechistar, sabiendo que si se terminan ya no tendrán más. Cebamos mate con Santi, un argentino que vive en Alemania, en su grupo son 20 personas y una de ellas subirá al Everest. Lo miramos a lo lejos mientras Santi nos lo señala, no nos atrevemos ni a acercárnosle. A partir de este momento entendemos la ingratitud de la montaña y lo fuerte que tiene que ser subir 8 mil metros. Le creemos súper héroe y bajamos la voz para que no sepa qué le admiramos en la distancia. 

Campo base del Everest
Louche es un pueblo a 4.900 metros, es nuestra última parada antes de llegar a las faldas del Everest. La noche anterior todos en el refugio tenemos miedo, es una mezcla entre emoción y ganas de que el objetivo sea logrado rápido. 

La nostalgia nos lleva a extrañar las cosas más pequeñas: ducharte, ir al baño sentado, caminar descalzo sin estas botas tan pesadas, el abrazo de tu gente, las frases de aliento cuando el cansancio puede más, se nos salen las lágrimas y nos abrazamos con completos extraños. 

Gorakshep, 5.100 metros de altura, el refugio más hostil y agresivo de este viaje. Dormimos con todo nuestro equipo puesto y dentro del sleeping bag. Salimos rápido a caminar porque no queremos pasar ni un minuto más en este lugar con graves problemas sanitarios.  
Campo base del Everest

Nos encaminamos hacia nuestro objetivo, el campo base del Everest, a 5.364 metros de altura, el desnivel nos da dolor de cabeza, nos sentimos mareados y sin fuerza, nadie habla. Geljen dice: falta 1 hora, 30 minutos y así. El frío empieza a tomar fuerza. No siento la punta de los dedos de la mano ni de los pies. No sabemos cómo pero lo logramos. ¡Ana, Claudi, Geljen y yo nos abrazamos! ¡Lo hemos logrado! 

Haber logrado la primera meta nos anima. Está programado subir el Kalapattar al día siguiente. Son 5.580 metros de altura. Ana no se siente bien, decide quedarse en el refugio y no subir. 

Yo no logro pegar un ojo en toda la noche. Me despierto a ratos con la esperanza de que el siguiente suspiro me ayude a obtener más aire para mis pulmones. Entre vuelva y vuelta, me pregunto: ¿cómo demonios he llegado aquí? ¿Quién pensó que yo podría lograr esto? ¿El Kalapattar, pero en qué estaba pensando, 5.580 metros? ¿A quién se le ocurre? Le digo a mi mente que se calle y trato de volver a dormir contando ovejas en mis sueños. 

El reloj de Claudi empieza a sonar. Me levanto rápido, cuento la ropa que supuestamente va a protegerme: dos calcetines, pantalón térmico, pantalón de esquí, camisa térmica, suéter con forro polar, chaqueta de plumas, cuello, sombrero y arriba del todo, chaqueta de esquí. Dos guantes y por supuesto, mis botas que no me desamparan. Empezamos el ascenso a las 4 am, el cielo está inmaculado, las estrellas, la luna y las montañas nevadas se ven menos agresivas en la oscuridad. Nadie habla. 

Kalapattar, o como a mí me gusta llamarla, la montaña que no tiene misericordia. Dos horas de pura subida. No siento la punta de los dedos de las manos ni de los pies. No logro ajustar mi respiración. Claudi me hace parar, me dice: te marco el paso, mira mis pies. Intento, pero no puedo, la cabeza se me revienta de la altura, no puedo apoyar bien el pie porque no siento los dedos. 

Entre todas las paradas, Geljen me da masajes en los dedos de las manos, así es como vuelvo a sentirlos y a retomar el ritmo. 

Entre la noche y el viento le grito a Geljen: cuánto falta, ya no aguanto. Una hora dice nuestro Sherpa, ni siquiera asoma la idea de parar ni rendirse. Me dice: vamos María, falta poco. 

Llegamos casi, casi a la cima. Pero cómo Kalapattar es tan ingrata, 500 metros antes de hacer cumbre, hay una especie de escaleras hechas de piedras. Veo a Geljen y le pregunto: ¿Esa es la cumbre o hasta aquí está bien? Me dice que no, que tengo que pasar las piedras, ahí me rindo y le digo que no, como niña malcriada no haré lo que me pide. Me quito los primeros guantes y vuelve a masajearme las manos por unos minutos, luego, para y me dice: vamos. 

Yo no sé si fue algo del más allá, no sé si Geljen me halaba con una cuerda invisible, pero llegué y no puede hacer otra cosa que ponerme a llorar a moco tendido. Abracé a Geljen como pude y le susurré al oído mil veces gracias. 


Al bajar nos encontramos con Ana, dice que los síntomas van a peor y dice que no quiere continuar, nos falta una cumbre, la de Gokyo a 5.200 metros de altura. Empezamos a averiguar cuál es la mejor manera de llevar a Ana a un médico, el más cercano queda a 3 horas a pie de donde estamos, en el pueblo de  Pheriche, damos marcha y como está tan malita, el recorrido nos toma más tiempo. Al llegar al pueblo la atiende un médico gringo y le dice que tiene neumonía. Dentro de todo nos alegramos porque hay un diagnóstico. 

El seguro no quiere pagarle un helicóptero para bajarla a Katmandú, así que a la pobre le toca caminar 3 días hasta Lukla y de ahí tomar la avioneta. La ventaja es que con los antibióticos, la tos ha mejorado, pero aún le quedan kilómetros. Geljen y yo la ayudamos en lo que podemos, cargándole la mochila y dándole agua, pero la verdad es poco lo que podemos hacer. 


Se nos terminó el viaje antes de tiempo. Nos quedaban dos días de caminata hasta Lukla y de ahí tomar la avioneta hasta Katmandú, pero el seguro accede a darle a Ana un helicóptero para bajar, me preparo para acompañarla, al fin y al cabo, esta meta es conjunta. 

Me siento muy mal, me parece una derrota. El año de entrenamiento no se merece salir del parque Sagarmatha de forma fácil. Me faltó Gokyo y caminar hasta Lukla. Pienso que no puede ser, que debe ser un error, pero el calor abrazador del aeropuerto me despierta del letargo. 

Entre la burocracia del seguro, la agencia y el hospital me siento desdichada, después de la paz de la montaña, volver a la realidad me resulta molesto. Quiero volver, no me importa sacrificar el oxígeno, el sueño, el apetito, con tal de hablar con los montañeros sobre las subidas, sobre el refugio en Gorakshep, sin agua corriente, jugar con Geljen a las cartas. Obligarnos a conversar con extraños porque no hay otra diversión. Disfrutar de la montaña y sus dificultades. 

Llegar a Katmandú resulta un reto tremendamente fuerte. El cielo nunca es azul, debido a la polución. Caminar por la calle es un deporte extremo, es más difícil sobrevivir en esta ciudad sin que te atropellen que subir a la montaña. Me siento en una mesa para hablar con la gente pero todos prefieren conectarse a internet.
Katmandú

Todo me resulta insoportable: el calor, el polvo, el sucio, la gente me parece falsa y vanidosa. Por primera vez en un viaje, encuentro que quiero irme. La frustración de no haber culminado el camino me atormenta.